miércoles, 19 de agosto de 2009

La metáfora del banco (y II)


Cuando se encontraba finalizando la carrera universitaria, Arturo perdió a su padre quien no pudo superar una rápida enfermedad que en escasos días acabó con su vida. Su padre fue para él alguien que únicamente se preocupó con su intensa actividad de negociante, de proporcionar a la familia el máximo bienestar y de que su hijo pudiera acceder a una formación y a unos estudios que en aquellos años en absoluto era factible para la inmensa mayoría de la gente. Desde su más corta edad nunca consiguió, ni su padre le dio la oportunidad, de establecer el más mínimo diálogo que para Arturo pudiera ser orientativo. Hallándose siempre obsesionado con sus negocios incluso se esforzaba en mostrarse inaccesible. Arturo entendía que con este comportamiento delegaba esta función y responsabilidad en su madre, que si bien era entrañablemente cariñosa y siempre manifestaba estar ilusionada con el porvenir de su hijo, no entendía que este demandaba una clase diferente de trato y atención, no consiguiendo nunca conectar con ella de una forma que le permitiera exponer dudas y aspectos de la vida que solamente a determinadas edades se puede hacer a los padres.


Con motivo de este luctuoso y triste acontecimiento familiar, Arturo se vio especialmente arropado por la familia de su amigo Manolo. Fide pasaba largas horas acompañando a su madre en su domicilio, pues esta siempre de salud delicada y carente de habilidades para establecer una mínima relación con la vecindad, requería constantemente la presencia de su hijo, y no comprendía que para este la vida continuaba, a la vez que se aproximaba a un momento decisivo que tenía que resolver por sí mismo. Manolo y Juanín aprovechaban cualquier ocasión para coincidir con Arturo, para poder charlar con él y animarle de la forma que entendían más conveniente.


De manera singular, Arturo recuerda que, por aquellos días, conversando con Manolo y Juanín, este le dijo: A mí me parece que no está bien el resentimiento que noto cuando hablas de tu padre, pues por lo que yo sé, fue una persona que en su vida se esforzó por proporcionaros un bienestar poco frecuente, y lo consiguió en unos tiempos que no han sido nada sencillos. Si bien es cierto que todos hemos deseado padres que tengan todas las cualidades, compruebo que para esta tarea nadie te enseña. Estoy convencido de que no debe ser fácil desempeñarla de forma correcta–. Escuchando a su hermano, a Manolo no le sorprendió, pues Juanín había adquirido de manera extraordinaria la vena observadora y reflexiva de su padre, y añadió él también para confortar a su amigo: –A pesar de todo, yo creo, que todavía debes esperar a que pase un tiempo para que de forma más serena puedas analizar de una manera justa la relación con tu padre. Me parece que ahora estás algo confuso, y sin duda vas a necesitar más sosiego y tranquilidad para poder hacerlo-. Estas consideraciones que entonces le hicieron los dos hermanos Arturo nunca las ha olvidado, pues a lo largo de la vida ha podido comprobar que juzgar el comportamiento de un padre, no es correcto hacerlo hasta que uno mismo ha tenido que ejercer como tal.


Cuando Arturo ya había acabado la carrera y se hallaba preparando las oposiciones por las que había optado, se encontró una mañana cerca de su casa con Fide. Después de saludarla se interesó por su familia, pues ahora sucedía que, debido a la intensa dedicación que le exigían sus actuales estudios, no frecuentaba con tanta asiduidad la casa de sus amigos. Manolo entonces estaba trabajando en una Central Hidroeléctrica ubicada en un pueblo de la provincia, y su hermano hacía ya algún tiempo que estaba desempeñando un cargo comercial en un Laboratorio Farmacéutico que le obligaba a viajar constantemente. La hermana de sus amigos le comentó a Arturo que su padre recientemente había tenido un contratiempo con la salud pero que afortunadamente lo iba superando poco a poco, aunque, en un principio, todos se habían llevado un gran susto. Esta noticia motivó que Arturo se hiciera el propósito de visitarlo lo antes posible, ya que su hija le había dicho que no había impedimento alguno para que lo hiciera, y que incluso a su padre le sentaría bien.


Sin demorarlo, Arturo se presentó al día siguiente en aquella casa en la que toda su vida tan a gusto se había encontrado, y para él fue una magnífica sorpresa comprobar que el señor Antonio no se hallaba en absoluto postrado ni en reposo, sino que al contrario, pues según le señaló la señora Petra, estaba en su “patio de operaciones” adecentando el banco y ordenando sus herramientas. Esto no le sorprendió mucho a Arturo, pues si bien en los últimos tiempos la actividad de este hombre había disminuido de manera notable, ello no impedía que la mayor parte del tiempo lo pasara trasteando en su doméstico y singular taller, en el cual todos los que le conocían comprobaban que era dónde más a gusto se encontraba, y más inspirado y locuaz se mostraba en cualquier clase de conversación.


Una vez que el señor Antonio barruntó la llegada de Arturo, le llamó y le hizo pasar a sus habituales “dependencias” interesándose por él, y fue entonces cuando Arturo le dijo: –¡!Pero hombre!!, si es Vd. el primero que me tiene que decir como se encuentra, pues hasta ayer que me encontré con Fide, ignoraba que había tenido un arrechucho, y que la ciencia y la familia han tenido necesidad de darle un empujón y ponerlo de nuevo en marcha, y por lo que veo tanto el ”motor” como el” chasis” han respondido demasiado bien-. Entonces el padre de sus amigos respondió: -Tu ahora eres muy joven para entenderlo, pero llegarás a una edad que lo comprenderás y tendrás que admitirlo, que estos achaques y otros que probablemente serán más difícil de superar, es el tributo que tenemos que pagar en compensación de los años que logramos ir viviendo-.Como siempre y con su sabiduría innata, añadió:-Pero nunca hay que olvidar que si bien reflejan los sinsabores y los contratiempos que han sido precisos superar, también abarcan las satisfacciones conseguidas y las grandes y pequeñas ilusiones que, arduamente deseadas, hemos ido día a día alcanzando-.


Después de continuar informando a Arturo de cómo, con la ayuda y cuidado de todos los suyos, especialmente de su Petra del alma, como él solía referirse a su mujer, había recobrado la salud y aunque con alguna limitación, poco a poco, iba reanudando la actividad, concluyó mostrándose como el señor Antonio más genuino que Arturo tanto había admirado. Le hizo a continuación la siguiente consideración: -Sabrás que de las enfermedades siempre me ha gustado hablar lo justito, pero sobre todo desde que leyendo algo de un autor catalán llamado Santiago Rusiñol, este decía “si no pudiesen contar sus enfermedades hay muchos que no estarían enfermos”, pues bien, yo ni quiero estar enfermo ni disfruto hablando de los achaques y las dolencias, pues estoy convencido que de esta forma se acaban provocando-, y continuó diciendo: -Es preferible hablar de esa vida que nos rodea, y de la que tanto hay que aprender a cualquier edad. Esa vida que si bien afortunadamente más de una vez nos invita a soñar, jamás tenemos que considerarla un ensayo, pues todo lo que hagamos tendrá consecuencias definitivas para bien o para mal-.


A continuación pregunto al joven como le iba la vida y los estudios que estaba realizando, a lo que respondió: -Ahora, señor Antonio, todo encierra más dificultades y exige un esfuerzo continuado, pues una carrera universitaria de una u otra forma se logra concluir, pero una oposición es algo muy competitivo y las plazas que se ofrecen son limitadas. Ahora sucede que es imposible evitar tener para uno mismo conciencia de una extraordinaria responsabilidad, ya que es una apuesta importante para mí y por supuesto también para los que han depositado en mi su confianza - y así continuó expresándole el momento tan decisivo en el que se hallaba.


Después de escuchar con interés lo que aquel joven, tan querido por la familia de aquella casa, le había dicho, y de lo cual perfectamente se podía deducir un estado de ánimo de excesiva preocupación y responsabilidad por lo que el muchacho se estaba jugando, el señor Antonio le dijo: -Aparte de que en ningún momento debes perder la confianza en ti mismo, y mantener intacta la ilusión, procura recordar lo que en más de una ocasión tanto a ti como a mis hijos os he dicho referente a la correcta utilización de las innumerables herramientas que el hombre tiene para luchar y conseguir sus objetivos-, y, a continuación, este sencillo hombre le hizo una asombrosa exposición pedagógica que Arturo nunca olvidaría.

Acomodados como estaban en aquel taller extraordinariamente sui géneris, continuó el señor Antonio: -Como de sobra sabes, en este banco en el que ahora tú y yo estamos apoyados, se encuentran las herramientas que he venido empleando para mis diferentes tareas y trabajos. Todas ellas como bien sabes nunca se utilizan a la vez, sino que cada una interviene según el momento o el proceso en el que se halle el trabajo que se pueda estar llevando a cabo, ya que cada una tiene su característica y finalidad. Por ejemplo, el martillo, los alicates y las tenazas son herramientas polivalentes, contundentes, decisivas y firmes. Prueba de ello es que se utilizan en la mayoría de los oficios y profesiones. También aquí tengo la garlopa, el cepillo y el serrucho. Estas herramientas, si bien su utilización es especialmente dura y sus efectos no producen un importante lucimiento, son absolutamente indispensables para la construcción del armazón u obra más sencilla-. Seguidamente refiriéndose a otras herramientas más singulares decía:- En el banco también se hallan, el escoplo, el formón, la gubia y la escofina, cuya utilización requiere esfuerzo como las demás herramientas, pero estas a la vez precisan de una previa especialización, y durante su empleo el esmero y la atención debe ser total, proporcionando de forma definitiva, el embellecimiento y el verdadero lucimiento del trabajo realizado-. Encantado tanto por lo que estaba escuchando como por la forma en que lo estaba haciendo, Arturo no se atrevía a interrumpir al señor Antonio; más bien deseaba que continuara para conocer la conclusión a la que quería llegar.


De esta forma continuó Arturo escuchando como proseguía explicándole aquel hombre tan integro y juicioso: –Tú hasta ahora, hijo, seguramente sin saberlo, has acertado a emplear hábilmente unas veces con más y otras con menos esfuerzo, las herramientas que te han ido propiciando una formación sólida, a la vez que la base imprescindible para enfrentarte a la etapa que actualmente afrontas. Por todo ello, es ahora cuando te hallas mejor preparado para luchar por el objetivo que te has fijado. Debe ser en este momento, cuando con ilusión y confianza en ti mismo, tienes que utilizar sin escatimar esfuerzos, pero con esmero y atención las herramientas más sensibles, delicadas y definitivas, que, sin lugar a dudas, te conducirán a conseguir la meta que te has propuesto-. Finalmente concluyó con esta observación:- Así a lo largo de la vida no te costará trabajo comprobar que casi todas las obras que emprende el ser humano, se ajustan a un proceso muy similar, empleando siempre habilidades, herramientas y esfuerzos muy parecidos-. De esta forma y animándole insistentemente concluyó esta inolvidable charla el señor Antonio, en el que Arturo, si bien pudo detectar un apreciable bajón en su condición física, no pudo decir lo mismo tanto de la mental como de la cognitiva.


Transcurridos algo más de dos años desde que tuvo lugar esta conversación, que tanto le agradaba íntimamente recordar a Arturo, y aprobada no hacía mucho tiempo la oposición que le había permitido acceder al puesto de docente que ahora de forma ilusionada ya ejercía; sintiendo un sincero y profundo dolor, asistió una tibia mañana de una incipiente primavera al entierro del señor Antonio. Este hombre del que tantos valores recibió, había fallecido después de soportar una larga y dolorosa enfermedad, dejando en la mayor de las tristezas a su Petra del alma, quien junto a sus tres hijos, habían sido para Arturo, en momentos decisivos de su vida, su auténtica familia y el mejor de los refugios.


Cuando aquel día, concluido el sepelio, y después de despedirse de aquella familia para él tan entrañable y querida, Arturo caminaba entre los erguidos y húmedos cipreses del paseo del cementerio, pensaba que, al igual que aquellos singulares árboles mantenían sus hojas perennes, a él no le costaría en absoluto conservar el imborrable recuerdo de aquel gran ser humano, que con el sentimiento y dolor de todos los que le habían querido y admirado, acababa de ser inhumado. Esta persona que exhibiendo una constante sencillez, pero con acopio de grandes valores y virtudes, ejercidos y transmitidos con humildad y rectitud, había influido de forma trascendental en todos los que le habían rodeado a lo largo de su vida, entre los que había tenido Arturo la dicha de encontrarse, a quien por todo ello siempre consideraría un verdadero y positivo ejemplo a seguir.


Pasado algún tiempo, y encontrándose Arturo dispuesto a considerar la forma más adecuada de desarrollar el tema que al día siguiente tenía que impartir a sus alumnos, y que hacía referencia al siempre complicado pensamiento filosófico unamuniano, cuando el viejo rector de la universidad de Salamanca contempla el sentido trágico y agónico de la vida, no pudo dejar de hacerse la siguiente reflexión: -Jamás he conocido a nadie, como el señor Antonio, que con la trayectoria de su vida, pueda representar tan bien la forma de interpretar esta clase de sentimiento, que en lo que concierne al aspecto trágico, considera al hombre auténtico, el que ha sido capaz de tomar conciencia de su condición limitada e indigente y ha tenido la valentía de asumir la tragedia y la lucha como esencia de la vida, no estando tentado nunca de temerla ni de huir de ella. Meditando a continuación respecto al entendimiento del sentido agónico pensaba:-Es igualmente asimilable a la historia de este hombre tan admirable, pues es la lucha constante por la vida, como quiere Unamuno que se interprete este otro sentimiento: Aceptando siempre esta dura pelea, el auténtico hombre de carne y hueso, que teniendo conciencia de su esencia íntima la convertirá en el paradigma de su supervivencia-. Estudiando este interesante pensamiento filosófico, considerando el recuerdo de la apasionante y ejemplar vida del padre de sus amigos, Arturo hallaba la mejor forma de explicar a sus alumnos una idea filosófica, que aun siendo tan magnífica, no siempre resulta fácil conseguir que sea comprendida en toda la dimensión y la riqueza que encierra.


Una noche fría y de densa niebla, cuando Arturo desde el centro dónde ejercía su actividad docente se dirigía a su casa, creyó distinguir no muy lejos la silueta de su amigo Manolo. Este, con el paso de los años, tanto en el aspecto físico como en los gestos y en la forma de andar, cada vez tenía más parecido con su padre. Acelerando ligeramente el paso logró darle alcance. Manolo no pudo disimular la sorpresa del encuentro, pues hacía bastante que no coincidían ya que unas veces por las obligaciones profesionales y otras por las constantes responsabilidades familiares contraídas, últimamente no se frecuentaban tanto como ellos desearían.


Prosiguiendo juntos el camino los dos amigos, después de saludarse e interesarse por sus respectivas familias, Manolo le confesaba a Arturo: -Muchos días al concluir las intensas jornadas de trabajo, pienso que si es realmente necesario, que nos hallemos todavía agobiados buscando un mayor bienestar para nuestras vidas, sin reparar en el esfuerzo que representa. Analizándolo, no hace tantos años, cuando vivíamos en casa de nuestros padres, y yo de manera especial como sabes, era impensable que algún día pudiera alcanzar el bienestar del que disfruto-. Arturo entonces respondiendo a la reflexión que su amigo le hacía, le dijo:- Esos días, Manolo, debes tener en cuenta que sin el esfuerzo y el afán de superación que con su ejemplo nos infundieron los que nos educaron, nunca habríamos logrado los objetivos que nos fijamos. Por eso, yo entiendo que, siendo fieles a ellos, no debemos fijar un límite a nuestras ambiciones, mientras tengamos tanto fuerza como preparación para lograr lo mejor, pues también será una forma de responder a la confianza que depositaron en nosotros- , y así con este tema, discrepando en algo, pero coincidiendo en lo esencial, continuó la conversación de estos amigos, hasta que se despidieron para encaminarse cada uno por la vía que les conducía a sus respectivos hogares.


Mientras se aproximaba a su casa Arturo, pensando todavía en la conversación que acababa de mantener con su amigo, se decía para sí mismo: -No me sorprende lo que Manolo al comienzo de esta charla me ha dicho, pues en la sociedad actual a pesar de hallarse mejor preparada y con mayores oportunidades, se tiende a optar, seguramente por comodidad, por comportamientos y actitudes un tanto prosaicas. Ahora no se entiende o no sé quiere entender lo que significan los conceptos de responsabilidad o de deber personal, que obliga a dar constantemente el máximo de nosotros mismos, y que nunca dejará de reportarnos la más íntima satisfacción-. A continuación e inevitablemente como en tantas ocasiones, acabó esta reflexión recordando la figura del padre de su amigo y se hacía el siguiente razonamiento: -Aquel hombre tan sumamente sencillo, que con un incesante esfuerzo acertó a superar una vida verdaderamente intrincada ,y que de su banco de carpintero y de su entorno sabía obtener y desarrollar las más increíbles y sabias metáforas, que sirvieron infinidad de veces tanto para orientar como para ilusionar a los que le escuchaban, es una referencia perfecta para el ideal de hombre que este mundo necesita-. En este momento recordando Arturo el pensamiento existencialista del filósofo Jean Paul Sartre, se hizo la siguiente consideración: -De qué forma más adecuada puede asociarse la actitud que ante la vida tuvo este hombre tan singular, al mensaje del filósofo francés cuando nos dice “El primer efecto del existencialismo, es que pone a cada hombre en posesión de sí mismo tal como es, y coloca sobre sus hombros toda la responsabilidad de su existencia”-. Bien sabía Arturo como el señor Antonio reflejó este pensamiento. Él mismo, pretendiendo seguir su ejemplo, así se lo proponía al comienzo de cada día.