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Viñetas de Eneko. |
Dejando atrás el páramo, y el polvo que levantaban sus
desgastadas abarcas, Vidal, concluido su trabajo en la majada, comenzó a
divisar, discurriendo por el abrupto sendero, la espadaña de la vetusta iglesia
del pueblo. Más adelante, escuchó la dulzaina de Víctor, que tras la cancilla
del corral ensayaba para la fiesta. Ambos, los últimos años por exigencias
militares, habían estado ausentes, y ahora, a pesar de los obscuros presagios,
confiaban disfrutarla. En aquellos pagos la dureza de la vida, desde el
alumbramiento, era ancestral, pero él, comportándose con valentía, dignidad y
honradez, había evidenciado que la resignación y la fatalidad, era necesario
combatirlas.
Avistando la placita circundada de modestas casas enjalbegadas de
blanco, observó que algunos vecinos examinaban la proclama fijada en la solana,
allí comprobó que aparecía su nombre parcialmente oculto por un importante
sello. Su quinta era de nuevo requerida para servir, “Dios sabe a quién. . .”,
pero él, no tuvo ocasión. Algunos, cobardemente, se anticiparon para saldar
presuntos agravios. Ahora, Vidalín, honesto, y comprometido, no se resignaba
como antaño hiciera su abuelo, a no pelear por hallar en aquel robledal sus
restos, sería un diferido acto de justicia y de homenaje a un HOMBRE.