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Dejando atrás aquel, a pesar de todo, entrañable lugar, donde todavía algunos visionarios creían contemplar “montañas nevadas” y “rutas imperiales”, yo, en el vetusto convoy, me encaminaba en busca de paisajes y oportunidades más auténticas. La visión del mar desconocida para mí, cuando el tren discurría cerca de la costa, y de las empinadas cumbres que aparecían, no despertaban mi atención. El paisaje que ansiaba disfrutar, y formar parte de él, estaba al final del trayecto. Alcanzado este, ni siquiera pude atisbar tan anhelado destino, comprobada la documentación que portaba, no me fue franqueado el acceso. Regresando, decepcionado miraba el fardel de las viandas, esfumadas, lo mismo que mis ilusiones, viendo solo brillante las desgastadas cantoneras de la rústica maleta.