Todos apretujados en aquel enorme congelador, allí nadie lograba entenderse, era incómodo y decepcionante. Idéntica sensación tuve días después, esta vez en un gigantesco y maloliente microondas. Ocurriría igual en un inhóspito e irrespirable contenedor, con un estridente ruido infernal. No encontraba el aliciente que pudiera estimular a nadie, además, para muchos, unos estudiando y otros en busca de un trabajo, estas duras “pruebas” de nada nos servían. Cuando acudía, atendiendo a la rutina, a una nueva, “divertida” y “fantástica” convocatoria, al observar el camión de ganado que en aquella autovía me precedía, instintivamente, abandonándola en la primera salida, me di la vuelta. ¡Qué a gusto!
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