martes, 9 de diciembre de 2008

Le habían enseñado...

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El había nacido en los años inmediatos a la terminación de la Contienda Civil que había vivido España entre los años 1936-1939, en el seno de una familia numerosa, humilde, honrada y trabajadora, cuya residencia se hallaba en una capital castellana de importante tradición universitaria.

Le habían enseñado y él había aprendido a sobrevivir cada día con las carencias propias que caracterizan a una postguerra, asumiendo como algo natural la alimentación, el vestido y confort doméstico que entonces era considerado habitual en aquel momento y en aquella ciudad.

Igualmente le habían enseñado y él había aprendido en su entorno familiar, en la escuela pública a la que acudía y durante su asistencia a algunas de las organizaciones que de diferente índole frecuentaba, a valorar el respeto principalmente a los mayores y a los educadores, que todo a lo que se deseaba aspirar, el único medio de conseguirlo era el trabajo constante, y que el camino más eficaz para todo ello era la constancia en el estudio y la obtención de una buena formación.

Pero también le habían enseñado y él había aprendido, que era necesario contribuir cuanto antes a la ayuda de la precaria economía familiar, situación muy común en aquellos años de grandes carencias y grandes sacrificios, motivo por el cual, aún en la edad escolar, realizaba diferentes servicios o trabajos que reportaban a su familia una pequeña ayuda.
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Le habían asimismo enseñado y él había aprendido, que concluida la denominada entonces Enseñanza Primaria, aproximadamente a la edad de los 14 años, se hacía necesario iniciarse en la vida laboral, mediante el aprendizaje de un oficio y a la vez comenzar a reportar a la familia unos ingresos estables que permitieran a ésta poder atender la demanda de las necesidades más elementales, que cada vez iban siendo mayores al incrementarse la edad de todos sus componentes.

Le habían enseñado y él había aprendido, que la superación del individuo venía inevitablemente propiciada por la consecución de una constante e ininterrumpida formación, la cual en ningún momento podía considerarse concluida con la obtenida al finalizar aquella edad escolar de los 14 años, todo lo cual obligaba a que tuviera que ser necesariamente compatible el trabajo de aquella época, con la asistencia a escuelas o academias nocturnas, gratuitas o asequibles económicamente, para conseguir una mayor formación que a su vez pudiera deparar un mejor trabajo y por consiguiente una mejor retribución.

Más adelante le enseñaron y él aprendió, que la independencia y la autonomía en la vida la proporcionaba el constante afán de superación, tanto en los sucesivos trabajos que iba realizando, asumiendo la responsabilidad que los mismos conllevaban, así como no poniendo límites al conocimiento de las diferentes enseñanzas tanto de carácter humano como de cualquiera otra índole social o estrictamente profesional.

Llegado el momento que entonces la familia y la sociedad entendía adecuado y conforme a lo que igualmente le habían enseñado y él había aprendido, creó su propia familia hallando la esposa que siempre, teniendo en cuenta el concepto que él tenía de los distintos valores humanos, había idealizado, completándola más adelante con dos hijos, que para él comenzaron a representar una ilusión tan grande que a día de hoy aún no se ha interrumpido.

Conforme le habían enseñado y él había aprendido, su objetivo en aquellos años que se iban sucediendo, no era otro que mediante el trabajo diario, conseguir el mayor bienestar para aquella familia que él encabezaba, ilusionándole el poder proporcionárselo, pero abrigando en su interior la esperanza de que sus hijos tuvieran acceso a la mejor formación tanto humana como cultural e intelectual.

Según le habían enseñado y él había aprendido, los resultados de perseverar en una determinad actitud en la vida no se obtienen de forma inmediata, pues resulta inevitable afrontar los imprevistos y los contratiempos, pero él ahora contemplaba a sus hijos realizando sus diferentes estudios universitarios.

A él le habían igualmente enseñado y él había aprendido, que las fuentes del conocimiento podían proceder de cualquiera, y en este caso observó que ahora eran sus hijos los que con su amplia formación empezaban a proporcionarle distintas enseñanzas a las cuales era receptivo, pues a su capacidad de asumir nuevos y constantes conocimientos todavía no se había puesto límite.

El siempre había querido saber, pero constantemente le contrariaba en sus reflexiones más íntimas el hecho de que habiendo nacido y desarrollado toda su vida en una ciudad de gran raigambre universitaria, no hubiera tenido nunca la posibilidad de tener acceso a una enseñanza universitaria, que atendiendo a sus inquietudes la permitiera conocer de forma más amplia las diferencias del Arte Románico con respecto al Arte Gótico, las peculiaridades y ricas enseñanzas en la Psicología, de la maravilla que representa el profundizar en el conocimiento de las Relaciones Interpersonales, el estudio apasionado de la Historia de las Religiones, etc.

Finalmente a él le habían enseñado y él había aprendido que nunca es demasiado tarde para conseguir aquella ilusión que cualquier persona tiene derecho a albergar, aunque durante mucho tiempo haya podido considerarse una utopía, y ahora él tiene ocasión de incrementar su saber aunque ya no puede ser para enseñar, pero sí para enriquecerse en sus ansias de disfrutar de esa cultura que tanto puede engrandecer al ser humano y que hoy la sociedad no valora adecuadamente.


Nuestro hombre concluida su vida laboral y obtenida la jubilación disfruta con júbilo (nunca una expresión así encajó tan bien) de su condición de Alumno de la Universidad de su vieja y querida ciudad, anhelo que él tuvo permanentemente desde su juventud y que más tarde avivó con los estudios universitarios de sus hijos y las enseñanzas que ellos obtenían. Todo ello lo ha podido lograr por medio de la realización del acertado y brillante proyecto que representa el Programa Interuniversitaro de la Experiencia de Castilla y León.

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