viernes, 25 de diciembre de 2009

Microcuento: TORPEZA

Para que no se enteren de que me he marchado, no cierro la puerta, y mientras me abrocho la gabardina, oigo un fuerte ruido. Al entrar de nuevo, veo que ambos se han enzarzado en una pelea. Después de separarles, les exijo una explicación, pero se niegan, siendo entonces ellos los que se marchan. Todavía asombrada, observo un papel arrugado en el suelo, en el hay una nota cuya letra reconozco. “Cariño, todo está definitivamente decidido, nuestras vidas e ilusiones, el futuro”, dice su contenido. Sintiendo las aceleradas pulsaciones del corazón, comprendo que el mensaje, tal vez, no fue hecho de forma acertada, ni seguramente leído por la persona adecuada.

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Feliz Navidad a todos los que se pasan por desdelacallechile. Mis mejores deseos de paz, felicidad y salud para el año 2010.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Microcuento: SINO



Mientras recojo mi destino del frío suelo de la cocina, albergando ilusión e incertidumbre, suena el timbre de la puerta, al incorporarme mi cabeza impacta con la esquina de un armario. Veo esas estrellas que nunca aciertan al pronosticar mi futuro. Mientras me recupero del shock que el golpe me ha producido, escucho de nuevo el apremiante gong del timbre. Todavía aturdido, me dirijo a abrir la puerta y al hacerlo allí no hay nadie, entonces contrariado pienso: otra vez mi sueño ideal y yo seguimos sin coincidir. Así contemplo como desde la escalera, la señora de la limpieza viéndole alejar, en mi nombre le dice adiós agitando la gamuza.
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viernes, 11 de diciembre de 2009

Microcuento: Decepción


Esta vez no erraré el tiro, es un reto definitivo en mi desesperación, ilusión contra frustración, y será antes que la luna comience a desvanecerse. El objetivo algo difuso por la altura y el tibio vapor de las emanaciones urbanas dificulta su nitidez, pero el efecto del mensaje rotundo, trasparente. Preparada el arma, me digo: –la mejor estrategia suavidad pero energía-. Esta vez la piedrecilla sí impactó en el cristal, y ella despertando a la vez que el día que ya se anunciaba, acabó apareciendo fugazmente. Me vio pero no con los ojos del corazón, humillándome ignorando mí presencia, ni siquiera quiso escuchar mis sinceros sentimientos.
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domingo, 6 de diciembre de 2009

Microcuento: TRISTE CONFUSIÓN


El hombre luce una inquietante sonrisa, puede que solo sea su extraña indumentaria, lo observo manteniéndome a prudencial distancia, el traqueteo del movimiento involuntariamente me aproxima. Escudriñando su rostro disimuladamente, empieza a no serme del todo desconocido, pero prevalece mi actitud preventiva. Acercándonos al intercambiador él ajusta su peculiar ropaje, mirándome sonríe, insinuando un saludo o comentario. Nerviosa y azorada, al abandonar el vagón tropiezo cayéndoseme en el andén el bolso, él suavemente me sujeta y me ayuda a recogerlo. Aun temblando y sorprendida, me dice: –Isa, yo no conseguí aprobar la oposición, ahora ejerzo de hombre-anuncio, anhelando aun lograr algún día proclamar tú amor.



viernes, 27 de noviembre de 2009

Microcuento: RECONOCIMIENTO

Cielos, como brilla hoy el valle, pero mi alma y mi espíritu están en penumbra. El camino ceñido por la jara, me lleva con otros invadidos por igual sentimiento. Quien motiva tan triste marcha, fue luz incansable, incomodo pero acertado consejero, sabio, sencillo, ejemplar. Su felicidad era contemplar el lento germinar del fruto de su ilusionada siembra. La senda siendo larga se hace corta, pues afloran emocionados recuerdos entrañables. La huella por él dejada será perenne, y su nunca pretendido triunfo. Regresando a la fría convivencia de la ciudad, me reconforto rememorando y sintiendo el calor que imprimía a aquella rústica escuela ése maestro recién enterrado.

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viernes, 20 de noviembre de 2009

Microcuento: ADICCIÓN

Fresca, brillante, antihistamínica, me hallo enganchado a su contemplación, siempre ofrece una perspectiva nueva que cautiva; su arte, gracia y hermosura lo embellece un aura que deslumbra. La atravieso diariamente con una mirada escrutadora y descubro siempre nuevos encantos. Al dejarla atrás, y dirigir la mirada hacia el camino que conduce a mi destino, la vista siente la orfandad de su belleza. En ella he encontrado bienestar y estímulos para no abandonarla, pero aun no la conozco de forma suficiente, y quisiera gozar mucho más de ella. Al encender el ordenador como cada mañana, allí aparece, su imagen, la ciudad joya del plateresco.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Microcuento: COMPROMISO

Creen que es alergia, pero es amor, también necesidad. La insistencia le molesta, pues para escabullirse le cuesta hallar argumentos, nunca se ha encontrado cómodo en esos bares cutres que frecuentan al acabar la jornada. El ambiente y la compañía no le satisface, él anhela lo que le proporciona algo completamente diferente al término de cada día. Mientras camina mentalmente actualiza la peculiar contabilidad de su estricta economía. Cuando abre la puerta el niño se agarra a sus piernas, y ella después de besarle le señala un sobre encima de la camilla. “Encarnita,- le dice:- con los últimos sacrificios éste mes también podremos cariño”.

miércoles, 19 de agosto de 2009

La metáfora del banco (y II)


Cuando se encontraba finalizando la carrera universitaria, Arturo perdió a su padre quien no pudo superar una rápida enfermedad que en escasos días acabó con su vida. Su padre fue para él alguien que únicamente se preocupó con su intensa actividad de negociante, de proporcionar a la familia el máximo bienestar y de que su hijo pudiera acceder a una formación y a unos estudios que en aquellos años en absoluto era factible para la inmensa mayoría de la gente. Desde su más corta edad nunca consiguió, ni su padre le dio la oportunidad, de establecer el más mínimo diálogo que para Arturo pudiera ser orientativo. Hallándose siempre obsesionado con sus negocios incluso se esforzaba en mostrarse inaccesible. Arturo entendía que con este comportamiento delegaba esta función y responsabilidad en su madre, que si bien era entrañablemente cariñosa y siempre manifestaba estar ilusionada con el porvenir de su hijo, no entendía que este demandaba una clase diferente de trato y atención, no consiguiendo nunca conectar con ella de una forma que le permitiera exponer dudas y aspectos de la vida que solamente a determinadas edades se puede hacer a los padres.


Con motivo de este luctuoso y triste acontecimiento familiar, Arturo se vio especialmente arropado por la familia de su amigo Manolo. Fide pasaba largas horas acompañando a su madre en su domicilio, pues esta siempre de salud delicada y carente de habilidades para establecer una mínima relación con la vecindad, requería constantemente la presencia de su hijo, y no comprendía que para este la vida continuaba, a la vez que se aproximaba a un momento decisivo que tenía que resolver por sí mismo. Manolo y Juanín aprovechaban cualquier ocasión para coincidir con Arturo, para poder charlar con él y animarle de la forma que entendían más conveniente.


De manera singular, Arturo recuerda que, por aquellos días, conversando con Manolo y Juanín, este le dijo: A mí me parece que no está bien el resentimiento que noto cuando hablas de tu padre, pues por lo que yo sé, fue una persona que en su vida se esforzó por proporcionaros un bienestar poco frecuente, y lo consiguió en unos tiempos que no han sido nada sencillos. Si bien es cierto que todos hemos deseado padres que tengan todas las cualidades, compruebo que para esta tarea nadie te enseña. Estoy convencido de que no debe ser fácil desempeñarla de forma correcta–. Escuchando a su hermano, a Manolo no le sorprendió, pues Juanín había adquirido de manera extraordinaria la vena observadora y reflexiva de su padre, y añadió él también para confortar a su amigo: –A pesar de todo, yo creo, que todavía debes esperar a que pase un tiempo para que de forma más serena puedas analizar de una manera justa la relación con tu padre. Me parece que ahora estás algo confuso, y sin duda vas a necesitar más sosiego y tranquilidad para poder hacerlo-. Estas consideraciones que entonces le hicieron los dos hermanos Arturo nunca las ha olvidado, pues a lo largo de la vida ha podido comprobar que juzgar el comportamiento de un padre, no es correcto hacerlo hasta que uno mismo ha tenido que ejercer como tal.


Cuando Arturo ya había acabado la carrera y se hallaba preparando las oposiciones por las que había optado, se encontró una mañana cerca de su casa con Fide. Después de saludarla se interesó por su familia, pues ahora sucedía que, debido a la intensa dedicación que le exigían sus actuales estudios, no frecuentaba con tanta asiduidad la casa de sus amigos. Manolo entonces estaba trabajando en una Central Hidroeléctrica ubicada en un pueblo de la provincia, y su hermano hacía ya algún tiempo que estaba desempeñando un cargo comercial en un Laboratorio Farmacéutico que le obligaba a viajar constantemente. La hermana de sus amigos le comentó a Arturo que su padre recientemente había tenido un contratiempo con la salud pero que afortunadamente lo iba superando poco a poco, aunque, en un principio, todos se habían llevado un gran susto. Esta noticia motivó que Arturo se hiciera el propósito de visitarlo lo antes posible, ya que su hija le había dicho que no había impedimento alguno para que lo hiciera, y que incluso a su padre le sentaría bien.


Sin demorarlo, Arturo se presentó al día siguiente en aquella casa en la que toda su vida tan a gusto se había encontrado, y para él fue una magnífica sorpresa comprobar que el señor Antonio no se hallaba en absoluto postrado ni en reposo, sino que al contrario, pues según le señaló la señora Petra, estaba en su “patio de operaciones” adecentando el banco y ordenando sus herramientas. Esto no le sorprendió mucho a Arturo, pues si bien en los últimos tiempos la actividad de este hombre había disminuido de manera notable, ello no impedía que la mayor parte del tiempo lo pasara trasteando en su doméstico y singular taller, en el cual todos los que le conocían comprobaban que era dónde más a gusto se encontraba, y más inspirado y locuaz se mostraba en cualquier clase de conversación.


Una vez que el señor Antonio barruntó la llegada de Arturo, le llamó y le hizo pasar a sus habituales “dependencias” interesándose por él, y fue entonces cuando Arturo le dijo: –¡!Pero hombre!!, si es Vd. el primero que me tiene que decir como se encuentra, pues hasta ayer que me encontré con Fide, ignoraba que había tenido un arrechucho, y que la ciencia y la familia han tenido necesidad de darle un empujón y ponerlo de nuevo en marcha, y por lo que veo tanto el ”motor” como el” chasis” han respondido demasiado bien-. Entonces el padre de sus amigos respondió: -Tu ahora eres muy joven para entenderlo, pero llegarás a una edad que lo comprenderás y tendrás que admitirlo, que estos achaques y otros que probablemente serán más difícil de superar, es el tributo que tenemos que pagar en compensación de los años que logramos ir viviendo-.Como siempre y con su sabiduría innata, añadió:-Pero nunca hay que olvidar que si bien reflejan los sinsabores y los contratiempos que han sido precisos superar, también abarcan las satisfacciones conseguidas y las grandes y pequeñas ilusiones que, arduamente deseadas, hemos ido día a día alcanzando-.


Después de continuar informando a Arturo de cómo, con la ayuda y cuidado de todos los suyos, especialmente de su Petra del alma, como él solía referirse a su mujer, había recobrado la salud y aunque con alguna limitación, poco a poco, iba reanudando la actividad, concluyó mostrándose como el señor Antonio más genuino que Arturo tanto había admirado. Le hizo a continuación la siguiente consideración: -Sabrás que de las enfermedades siempre me ha gustado hablar lo justito, pero sobre todo desde que leyendo algo de un autor catalán llamado Santiago Rusiñol, este decía “si no pudiesen contar sus enfermedades hay muchos que no estarían enfermos”, pues bien, yo ni quiero estar enfermo ni disfruto hablando de los achaques y las dolencias, pues estoy convencido que de esta forma se acaban provocando-, y continuó diciendo: -Es preferible hablar de esa vida que nos rodea, y de la que tanto hay que aprender a cualquier edad. Esa vida que si bien afortunadamente más de una vez nos invita a soñar, jamás tenemos que considerarla un ensayo, pues todo lo que hagamos tendrá consecuencias definitivas para bien o para mal-.


A continuación pregunto al joven como le iba la vida y los estudios que estaba realizando, a lo que respondió: -Ahora, señor Antonio, todo encierra más dificultades y exige un esfuerzo continuado, pues una carrera universitaria de una u otra forma se logra concluir, pero una oposición es algo muy competitivo y las plazas que se ofrecen son limitadas. Ahora sucede que es imposible evitar tener para uno mismo conciencia de una extraordinaria responsabilidad, ya que es una apuesta importante para mí y por supuesto también para los que han depositado en mi su confianza - y así continuó expresándole el momento tan decisivo en el que se hallaba.


Después de escuchar con interés lo que aquel joven, tan querido por la familia de aquella casa, le había dicho, y de lo cual perfectamente se podía deducir un estado de ánimo de excesiva preocupación y responsabilidad por lo que el muchacho se estaba jugando, el señor Antonio le dijo: -Aparte de que en ningún momento debes perder la confianza en ti mismo, y mantener intacta la ilusión, procura recordar lo que en más de una ocasión tanto a ti como a mis hijos os he dicho referente a la correcta utilización de las innumerables herramientas que el hombre tiene para luchar y conseguir sus objetivos-, y, a continuación, este sencillo hombre le hizo una asombrosa exposición pedagógica que Arturo nunca olvidaría.

Acomodados como estaban en aquel taller extraordinariamente sui géneris, continuó el señor Antonio: -Como de sobra sabes, en este banco en el que ahora tú y yo estamos apoyados, se encuentran las herramientas que he venido empleando para mis diferentes tareas y trabajos. Todas ellas como bien sabes nunca se utilizan a la vez, sino que cada una interviene según el momento o el proceso en el que se halle el trabajo que se pueda estar llevando a cabo, ya que cada una tiene su característica y finalidad. Por ejemplo, el martillo, los alicates y las tenazas son herramientas polivalentes, contundentes, decisivas y firmes. Prueba de ello es que se utilizan en la mayoría de los oficios y profesiones. También aquí tengo la garlopa, el cepillo y el serrucho. Estas herramientas, si bien su utilización es especialmente dura y sus efectos no producen un importante lucimiento, son absolutamente indispensables para la construcción del armazón u obra más sencilla-. Seguidamente refiriéndose a otras herramientas más singulares decía:- En el banco también se hallan, el escoplo, el formón, la gubia y la escofina, cuya utilización requiere esfuerzo como las demás herramientas, pero estas a la vez precisan de una previa especialización, y durante su empleo el esmero y la atención debe ser total, proporcionando de forma definitiva, el embellecimiento y el verdadero lucimiento del trabajo realizado-. Encantado tanto por lo que estaba escuchando como por la forma en que lo estaba haciendo, Arturo no se atrevía a interrumpir al señor Antonio; más bien deseaba que continuara para conocer la conclusión a la que quería llegar.


De esta forma continuó Arturo escuchando como proseguía explicándole aquel hombre tan integro y juicioso: –Tú hasta ahora, hijo, seguramente sin saberlo, has acertado a emplear hábilmente unas veces con más y otras con menos esfuerzo, las herramientas que te han ido propiciando una formación sólida, a la vez que la base imprescindible para enfrentarte a la etapa que actualmente afrontas. Por todo ello, es ahora cuando te hallas mejor preparado para luchar por el objetivo que te has fijado. Debe ser en este momento, cuando con ilusión y confianza en ti mismo, tienes que utilizar sin escatimar esfuerzos, pero con esmero y atención las herramientas más sensibles, delicadas y definitivas, que, sin lugar a dudas, te conducirán a conseguir la meta que te has propuesto-. Finalmente concluyó con esta observación:- Así a lo largo de la vida no te costará trabajo comprobar que casi todas las obras que emprende el ser humano, se ajustan a un proceso muy similar, empleando siempre habilidades, herramientas y esfuerzos muy parecidos-. De esta forma y animándole insistentemente concluyó esta inolvidable charla el señor Antonio, en el que Arturo, si bien pudo detectar un apreciable bajón en su condición física, no pudo decir lo mismo tanto de la mental como de la cognitiva.


Transcurridos algo más de dos años desde que tuvo lugar esta conversación, que tanto le agradaba íntimamente recordar a Arturo, y aprobada no hacía mucho tiempo la oposición que le había permitido acceder al puesto de docente que ahora de forma ilusionada ya ejercía; sintiendo un sincero y profundo dolor, asistió una tibia mañana de una incipiente primavera al entierro del señor Antonio. Este hombre del que tantos valores recibió, había fallecido después de soportar una larga y dolorosa enfermedad, dejando en la mayor de las tristezas a su Petra del alma, quien junto a sus tres hijos, habían sido para Arturo, en momentos decisivos de su vida, su auténtica familia y el mejor de los refugios.


Cuando aquel día, concluido el sepelio, y después de despedirse de aquella familia para él tan entrañable y querida, Arturo caminaba entre los erguidos y húmedos cipreses del paseo del cementerio, pensaba que, al igual que aquellos singulares árboles mantenían sus hojas perennes, a él no le costaría en absoluto conservar el imborrable recuerdo de aquel gran ser humano, que con el sentimiento y dolor de todos los que le habían querido y admirado, acababa de ser inhumado. Esta persona que exhibiendo una constante sencillez, pero con acopio de grandes valores y virtudes, ejercidos y transmitidos con humildad y rectitud, había influido de forma trascendental en todos los que le habían rodeado a lo largo de su vida, entre los que había tenido Arturo la dicha de encontrarse, a quien por todo ello siempre consideraría un verdadero y positivo ejemplo a seguir.


Pasado algún tiempo, y encontrándose Arturo dispuesto a considerar la forma más adecuada de desarrollar el tema que al día siguiente tenía que impartir a sus alumnos, y que hacía referencia al siempre complicado pensamiento filosófico unamuniano, cuando el viejo rector de la universidad de Salamanca contempla el sentido trágico y agónico de la vida, no pudo dejar de hacerse la siguiente reflexión: -Jamás he conocido a nadie, como el señor Antonio, que con la trayectoria de su vida, pueda representar tan bien la forma de interpretar esta clase de sentimiento, que en lo que concierne al aspecto trágico, considera al hombre auténtico, el que ha sido capaz de tomar conciencia de su condición limitada e indigente y ha tenido la valentía de asumir la tragedia y la lucha como esencia de la vida, no estando tentado nunca de temerla ni de huir de ella. Meditando a continuación respecto al entendimiento del sentido agónico pensaba:-Es igualmente asimilable a la historia de este hombre tan admirable, pues es la lucha constante por la vida, como quiere Unamuno que se interprete este otro sentimiento: Aceptando siempre esta dura pelea, el auténtico hombre de carne y hueso, que teniendo conciencia de su esencia íntima la convertirá en el paradigma de su supervivencia-. Estudiando este interesante pensamiento filosófico, considerando el recuerdo de la apasionante y ejemplar vida del padre de sus amigos, Arturo hallaba la mejor forma de explicar a sus alumnos una idea filosófica, que aun siendo tan magnífica, no siempre resulta fácil conseguir que sea comprendida en toda la dimensión y la riqueza que encierra.


Una noche fría y de densa niebla, cuando Arturo desde el centro dónde ejercía su actividad docente se dirigía a su casa, creyó distinguir no muy lejos la silueta de su amigo Manolo. Este, con el paso de los años, tanto en el aspecto físico como en los gestos y en la forma de andar, cada vez tenía más parecido con su padre. Acelerando ligeramente el paso logró darle alcance. Manolo no pudo disimular la sorpresa del encuentro, pues hacía bastante que no coincidían ya que unas veces por las obligaciones profesionales y otras por las constantes responsabilidades familiares contraídas, últimamente no se frecuentaban tanto como ellos desearían.


Prosiguiendo juntos el camino los dos amigos, después de saludarse e interesarse por sus respectivas familias, Manolo le confesaba a Arturo: -Muchos días al concluir las intensas jornadas de trabajo, pienso que si es realmente necesario, que nos hallemos todavía agobiados buscando un mayor bienestar para nuestras vidas, sin reparar en el esfuerzo que representa. Analizándolo, no hace tantos años, cuando vivíamos en casa de nuestros padres, y yo de manera especial como sabes, era impensable que algún día pudiera alcanzar el bienestar del que disfruto-. Arturo entonces respondiendo a la reflexión que su amigo le hacía, le dijo:- Esos días, Manolo, debes tener en cuenta que sin el esfuerzo y el afán de superación que con su ejemplo nos infundieron los que nos educaron, nunca habríamos logrado los objetivos que nos fijamos. Por eso, yo entiendo que, siendo fieles a ellos, no debemos fijar un límite a nuestras ambiciones, mientras tengamos tanto fuerza como preparación para lograr lo mejor, pues también será una forma de responder a la confianza que depositaron en nosotros- , y así con este tema, discrepando en algo, pero coincidiendo en lo esencial, continuó la conversación de estos amigos, hasta que se despidieron para encaminarse cada uno por la vía que les conducía a sus respectivos hogares.


Mientras se aproximaba a su casa Arturo, pensando todavía en la conversación que acababa de mantener con su amigo, se decía para sí mismo: -No me sorprende lo que Manolo al comienzo de esta charla me ha dicho, pues en la sociedad actual a pesar de hallarse mejor preparada y con mayores oportunidades, se tiende a optar, seguramente por comodidad, por comportamientos y actitudes un tanto prosaicas. Ahora no se entiende o no sé quiere entender lo que significan los conceptos de responsabilidad o de deber personal, que obliga a dar constantemente el máximo de nosotros mismos, y que nunca dejará de reportarnos la más íntima satisfacción-. A continuación e inevitablemente como en tantas ocasiones, acabó esta reflexión recordando la figura del padre de su amigo y se hacía el siguiente razonamiento: -Aquel hombre tan sumamente sencillo, que con un incesante esfuerzo acertó a superar una vida verdaderamente intrincada ,y que de su banco de carpintero y de su entorno sabía obtener y desarrollar las más increíbles y sabias metáforas, que sirvieron infinidad de veces tanto para orientar como para ilusionar a los que le escuchaban, es una referencia perfecta para el ideal de hombre que este mundo necesita-. En este momento recordando Arturo el pensamiento existencialista del filósofo Jean Paul Sartre, se hizo la siguiente consideración: -De qué forma más adecuada puede asociarse la actitud que ante la vida tuvo este hombre tan singular, al mensaje del filósofo francés cuando nos dice “El primer efecto del existencialismo, es que pone a cada hombre en posesión de sí mismo tal como es, y coloca sobre sus hombros toda la responsabilidad de su existencia”-. Bien sabía Arturo como el señor Antonio reflejó este pensamiento. Él mismo, pretendiendo seguir su ejemplo, así se lo proponía al comienzo de cada día.

jueves, 23 de julio de 2009

La metafora del banco (I)


Cuantas veces Arturo, a lo largo del ejercicio de su profesión de docente como profesor de una rama de Humanidades, había tenido presente a la hora de preparar la exposición de las distintas lecciones, la metáfora del banco, fuente y compendio de enseñanzas que tenía profundamente interiorizadas, observando desde su infancia el transcurrir de la existencia en la casa de su amigo Manolo. Esta observación se enriquecía escuchando la sabia interpretación que, a menudo, hacía de la vida, su inolvidable padre, así como prestando atención a la actitud que este siempre había sabido mantener.


Esta familia ocupaba una humilde vivienda de planta baja, como la mayoría de la barriada, en las inmediaciones de la de Arturo. Manolo era el hijo mayor del señor Antonio y de la señora Petra, quienes tenían dos hijos más: Juanín, que era el mediano y Fide, la pequeña de aquella familia. Todos ellos encajaban en el tipo de familia que predominaba en el entorno: gente humilde, honrada y trabajadora que con más tesón e ilusión que medios, trataba de salir adelante apechando con sus tareas cada jornada. En aquel ambiente había alguna familia con más posibles y algo más de confort en su hogar, como era la de Arturo, lo que le permitiría a este, en su día, acceder a una carrera universitaria, algo entonces verdaderamente inusual para aquella sociedad con importantes carencias.


Arturo observaba que la familia de su amigo Manolo, a pesar de ser de las más modestas, sin embargo era a la que más se acudía en demanda de algún servicio o remedio para una determinada emergencia por parte de la mayoría de los convecinos. Esto desde pequeño no dejó de intrigarle, hasta que un día Manolo trató de explicárselo: –Mira, Arturo aunque mi padre trabaja en una serrería, en casa hace trabajos de carpintería y ebanistería a los que como tú ves le echamos una mano mi hermano y yo. También hace reparaciones en las casas, pues sabe arreglar cerraduras, bisagras o fallebas de las ventanas-.y siguió contándole:- Mi madre coge puntos a las medias y hace algún arreglo de ropa; yo ya llevo dos años en el taller de electricidad y, si puedo, hago algo de lo que he aprendido; y Juanín al estar en la farmacia de ayudante, hace algún recado o encargo-, y concluyó diciéndole: - Fide, que ya ves a diario como ayuda a mi madre, tiene muy buena mano para los oficios de casa, y nunca le importa hacer un favor a cualquier vecina que se lo pida-. Mientras escuchaba Arturo las explicaciones que, respecto a las actividades de su familia le estaba dando Manolo, comenzaba a entender el porqué aquella vecindad frecuentaba con tanta asiduidad el domicilio de su amigo.


A Arturo le maravillaba la actividad que esta familia desempeñaba con gran sencillez y sin buscar el interés propio, despertando su admiración. Para él que ya hacía tiempo había superado la adolescencia, no dejaba de ser un motivo de constante reflexión; pues los estudios que sucesivamente iba realizando unidos a la formación con ellos adquirida; al tiempo que la observación de la vida que discurría a su alrededor, le ponían de manifiesto las dificultades que existían para sobrevivir de manera digna y honesta. Encontraba la respuesta contemplando la actitud de la familia de su amigo Manolo, cuya casa desde pequeño frecuentaba y en la que era cariñosamente acogido.


Para Arturo, la fascinación y el carisma de aquella entrañable familia los ostentaba el señor Antonio. Era un hombre de estatura más bien alta, fuerte complexión, el pelo algo rizado siempre peinado hacia atrás y de rostro agradable, en el que no se ocultaban signos de las secuelas de la vida dura que había tenido que afrontar. Había quedado huérfano de padre a los ocho años, y se había visto ya entonces obligado a responsabilizarse de una casa en la que la viuda apenas contaba con recursos para teñir de luto su escasa indumentaria. Tuvo que enfrentarse algunos años más tarde a la dura supervivencia durante la tragedia que representó la Guerra, así como poco después a crear una familia en una situación muy precaria. Todo ello no impidió que aquel hombre, tanto con el mono de trabajo como con la ropa ordinaria, exhibiera siempre un porte digno al igual que un recto y ejemplar comportamiento, lo cual unido a su permanente disposición de ser útil a los demás, hacía que siempre despertara la simpatía y afecto de todos los que le frecuentaban y conocían.


Con el ininterrumpido trato que Arturo había mantenido con la familia de su amigo Manolo, lo que a lo largo de su vida consideraría un privilegio, pudo comprobar que en el padre de este concurrían cualidades que no eran frecuentes hallar en hombres con un origen tan humilde y complicado. Al fallecer su progenitor, había tenido que desistir del acceso a las enseñanzas más elementales. Sin embargo, observando que su principal actitud ante la vida era la de luchador incansable, Arturo pudo cerciorarse por innumerables motivos y en múltiples ocasiones, que el señor Antonio era un verdadero autodidacta, a la vez que muy intuitivo. Asimismo, siendo este hombre un encantador idealista, ello no le impedía que en determinadas ocasiones en que la vida se lo pudiera exigir, se comportara como el ser más pragmático. Otra cualidad, que no pasaba desapercibida, era que siempre mostraba una extraordinaria seguridad en sí mismo, en cuanto manifestaba y en su manera de proceder

Un día hallándose en casa de su amigo esperando a que concluyera un trabajo que su padre le había encomendado, su madre la señora Petra, una trabajadora infatigable y de una bondad que cautivaba a Arturo, le contó: –Este hombre mío por avatares de la vida que tu ya sabes de sobra , nunca tuvo a su alcance el poder completar ni siquiera los estudios más elementales de nuestro tiempo, teniendo que ser yo la que le enseñara las cuatro reglas, así que fíjate que maestra ha tenido-, y siguió diciéndole:-, Pero siempre le ha gustado mucho leer, a pesar de la falta de tiempo, incluso ahora todavía se quita horas de sueño y de descanso, para acabar la lectura que pueda traer entre manos -. También recuerda que aquel día le dijo: –A lo largo de su vida le atrajo escuchar a quien tuviera más conocimientos que él. Ahora ya no, pero en su juventud asistía a asociaciones obreras que trataban ideas políticas y sociales, que a él le acarreaban bastante zozobra y desasosiego - . Llegado a este punto Arturo recordó que en una ocasión él mismo le comentó, que en su día había asistido a un acto en el que intervino Miguel de Unamuno, cuya charla, si bien le habían aclarado muchas cosas, otras probablemente no las había entendido de manera suficiente y le habían creado más confusión.


Arturo pudo comprobar de qué manera tan firme, en aquella familia, se habían trasmitido a todos sus componentes, los valores tanto de carácter humano como de supervivencia que representaban los progenitores, corroborando algo así como la teoría de la herencia genética en este aspecto. Manolo aparte de ser un amigo leal, tenía desde pequeño un constante afán de superación tanto en el aspecto meramente personal como en el concerniente al profesional. Juanín era especialmente extrovertido, vivaz, y con una fantástica disposición de ser útil y servicial a todo el mundo y de manera especial a su familia. Fide, si bien no era muy agraciada físicamente, al contrario que sus dos hermanos, tenía un carácter cándido y dulce con el que se hacía querer por todos los que la conocían; siendo, en todos los sentidos, el complemento perfecto de aquella familia.


La cocina era la pieza de la casa de su amigo Manolo que más atraía a Arturo, pero no por lo que inevitablemente podría presuponerse, sino porque en ella el señor Antonio tenía establecido como él eufemísticamente denominaba su “patio de operaciones”. Dejando a su mujer el espacio indispensable para las labores propias de aquella estancia, allí tenía alojado un clásico banco de carpintero con el correspondiente torno, en cuyo interior albergaba todas las herramientas y accesorios propios de tan antiguo oficio. También era donde realizaba los trabajos y montajes de los encargos que le hacían, si bien a veces por la envergadura de estos, se veía obligado a invadir la sala-comedor, contratiempo que a pesar de la incomodidad que pudiera representar, la familia ya tenía asumido.


Cuando Arturo recuerda entre muchísimas cosas, los sonidos y olores de aquella cocina-taller, más taller que cocina, piensa que al igual que Vivaldi, el fantástico músico veneciano, identificó con diferentes melodías las estaciones del año; los acordes que emitían las distintas herramientas que sucesiva y magistralmente iba utilizando el señor Antonio, también identificaban la que estaba empleando, así como la tarea que estaba realizando e incluso su estado de ánimo. Respecto a los olores como podían ser los que desprendían las maderas, el serrín, las virutas, la cola o la nogalina y el barniz, componían una fragancia que identificaba como ninguna otra el sudor del esfuerzo del trabajo honrado que allí se realizaba, la concentración para el buen hacer y la intensa búsqueda con ilusión de la conclusión de la obra bien hecha, fin que aquel hombre integro siempre perseguía.


Arturo nunca olvidará la figura del padre de Manolo en aquel espacio. Hoy aun no le cuesta recordarlo, con su característica ropa de trabajo, abstraído en la obra que se hallaba llevando a cabo, con el clásico lápiz de carpintero sujeto en una oreja y el inconfundible metro situado en el bolsillo posterior siempre a mano, quien al detectar la presencia de alguien, como la habitual del amigo de su hijo Manolo, utilizando su mirada como mensaje no verbal, le invitaba a esperar que concluyera lo que pudiera estar en ése momento haciendo, para poder a continuación hacer un alto y echar un parlao, como tenía costumbre de decir. La conversación que a continuación tenía lugar, siempre entusiasmaba a Arturo, pues no recuerda a nadie que en aquellos años ya con sus estudios universitarios iniciados, le enseñara de manera tan simple y sencilla, la forma de afrontar con ardor las distintas dificultades de cada día, así como el modo de conseguir con ilusión el logro de las sucesivas metas y proyectos.


A Arturo le sorprendía que este hombre, bastante fustigado por la vida, nunca hiciera un reproche a lo que la misma y de manera tan adversa le había deparado, y recuerda que en cierta ocasión le escuchó decir al respecto: –Atiende hijo, y no lo olvides, la madera que ves que utilizo procede de un árbol y cuando esta se obtiene de él no sabe para qué va a ser empleada, puede ser para un mueble elegante, para un sillón confortable o para el radio de la rueda de una carro, y no puede hacer nada para cambiar su destino.-Y continuó así la reflexión: - Pues el hombre cuando nace desconoce igualmente cual va ser su destino y su transcurrir en la vida, pero a diferencia de la madera que es manipulada por las distintas herramientas, el hombre tiene la capacidad de ser él el que manipule todas las herramientas, y es responsabilidad únicamente suya el hacerlo bien o mal. Si actuando así a lo largo de la vida lo ha intentado honrada y tenazmente, obtendrá una inmensa satisfacción sean los que sean los resultados obtenidos-. Anonado por tan sencilla y contundente exposición, Arturo escuchó que le continuaba diciendo: -Por ello, atribuir a los orígenes como a las circunstancias adversas en que se pueda desenvolver la vida, para disculpar nuestra andadura y comportamiento en ella, nunca debería hacerse-. Y finalizó añadiendo: -El hombre, al contrario de la madera, como antes te decía, tiene una extraordinaria capacidad para ser el que manipule la gran cantidad de herramientas con que cuenta, y así utilizándolas de manera firme y constante, le llevaran a lograr sus propósitos o por lo menos conseguirá la satisfacción de haberlo intentado sin regatear esfuerzos-.


Aunque Manolo era su íntimo amigo, Arturo mantenía una magnífica sintonía con sus hermanos. Así un día cuando regresaba a casa coincidió con Juanín, diminutivo que todos seguían empleando para llamarle, a pesar de que los años le iban transformando físicamente de forma que demandaba más bien el empleo del aumentativo. Comentando ambos los acontecimientos tanto políticos como sociales que en aquella época se sucedían, y que no dejaban de ser un motivo de inquietud para una generación que aun tenía mucha vida por delante, le dijo el hermano de su amigo: –Si hablas con mi padre no lo hagas sobre la situación política que vivimos, pues al pobre hombre ahora no hay otro tema que más le pueda descolocar. Aunque tu sabes que tiene sus ideas, ante el panorama que tenemos en estos días, nos dice que los nuevos proyectos y reformas que está oyendo que se pretenden hacer, deben realizarse convenciendo primero con los hechos al individuo más humilde, y no empleando tantas palabras que pronuncian personajes, que él cree, que ni tienen su propio convencimiento en relación a todo lo que están pregonando -. Finalmente terminó diciéndole:- Mi padre no se cansa de predicarnos, que como siempre, lo principal es que nunca nos cansemos de adquirir la mejor formación, que nos pueda permitir juzgar de la mejor manera tantas ofertas y discursos maravillosos que se escuchan estos días. El nos machaca insistiendo que es así como podremos ser nosotros los que fijemos la pauta y los objetivos de nuestra vida-. Según se despedían y haciéndole un guiño le señaló Juanín:- Ahora ya sabes a qué atenerte conociendo como está el “patriarca”-y se alejó en dirección a su hogar.


Pensando Arturo cuando se aproximaba a su domicilio, después de dejar a Juanín camino del suyo, lo que este le había comentado en relación a su padre, recordaba que con motivo de una conmemoración política, no hacía mucho tiempo el señor Antonio le había dicho: –Contando yo con veinte años recién cumplidos, viví de forma muy especial y emocionada e incluso participativa, un importante y trascendental cambio político. Las perspectivas que se ofrecían eran muy interesantes e ilusionantes, pero no tardé mucho tiempo en comprobar que aquellos logros que se ofrecían exigían el pago de un alto precio que como siempre lo íbamos a satisfacer en primer lugar los mismos de siempre. Así fue como transcurrido menos tiempo del que cabía prever me encontré en una edad muy complicada con una encrucijada llena de diferentes problemas e importantes y graves dificultades, dándome cuenta que era yo solo el que tenía que resolver tan conflictiva situación, y afrontar igualmente solo la búsqueda del futuro que deseaba para mí. De esta forma a partir de entonces me transformé políticamente en un ser escéptico, y me fijé como objetivo exclusivo lograr con mi esfuerzo y con mi precaria formación, que la vida que deseaba dependiera únicamente de mí.- De esta forma Arturo comprendía la advertencia que acababa de hacerle el mediano de los hijos del señor Antonio.

jueves, 7 de mayo de 2009

Retrospectiva de mi calle


Como inicia su poesía de “El Ama”, el autor nacido en el pueblo salmantino de Frades de la Sierra, José Mª Gabriel y Galán, yo también aprendí en el hogar en que se funda la dicha más perfecta, y tuve la fortuna añadida que el mismo se encontrara en la siempre envidiada y admirada ciudad de Salamanca, y por si no fuera esta suficiente ventura, el azar o la casualidad me deparó la dicha de que la Calle Chile fuera y siempre lo seguirá siendo, aunque hace ya muchos años que me ausenté de ella “mi calle”.


Es y será siempre mi calle primero porque en ella se encontraba el hogar donde nací al comienzo de los años cuarenta del ya pasado siglo, en el cual con incomparable dignidad, humildad y modestia mis padres consiguieron atender todas las necesidades domésticas, alimenticias y educativas de una familia compuesta por ellos y cuatro hijos, considerando la precariedad de aquellos duros años de la posguerra y los parámetros que entonces se utilizaban para interpretar lo que era necesidad, y en segundo lugar y de manera muy importante siempre será mi calle, porque tuve la gran suerte de que la mayoría de la gente que en ella tenían sus hogares con su comportamiento diario me transmitieron, como constantemente lo hacían mis progenitores, la riqueza de lo que significaban términos cómo trabajo, dignidad, decoro, nobleza, lealtad y generosidad.


Justificado de forma sintética pero no exenta de un entrañable cariño porque la Calle Chile es y siempre será mi calle, diré a continuación que ésta calle en la que yo viví e indudablemente mucho disfruté, carecía de pavimento alguno pues era de tierra la composición de su suelo con importantes desniveles, ya que aquella zona no hacía muchos años había sido de utilización rústica, existían precarias aceras que a menudo se interrumpían y a la vez las que había se encontraban en permanente estado de deterioro, apareciendo por toda la calle infinidad de regateras que se formaban durante la época de lluvias y que en invierno provocaban los consiguientes barrizales y en verano generaban abundancia de polvo que los vecinos combatían saliendo a sus respectivos portales con cubos o herradas de agua para regar la calle y de esta forma aplacar el polvo y proporcionar frescor al entorno, la iluminación nocturna la proporcionaban tres o cuatro bombillas estratégicamente colocadas de las cuales habitualmente siempre había alguna rota o fundida.


Las casas eran todas de planta baja con un patio en la parte posterior en el que era habitual que se hallara la pila de lavar así cómo un modesto retrete, existiendo en algunas de ellas recoletos pero atractivos jardines en los que no era extraño encontrar parras y árboles frutales que llegada la época propiciaban uvas, higos, membrillos y algún otro fruto de los cuales su propietario no demoraba en compartir con sus vecinos. Todavía en aquellos años algunas de las casas de la calle carecían de agua corriente, motivo por el que en ellas había diversos recipientes cómo tinajas, cántaros o barreños en los que se hacía acopio del agua que se obtenía de un grifo al que se accedía abriendo la tapadera de una cloaca existente en la bifurcación de nuestra calle con la calle Bolivia.


Si consideramos la calle cómo una prolongación de aquellos la mayoría, humildes hogares, veíamos un común escenario en el cual cada vecino representaba un papel de manera habitual y metódica, espacio que era noche y día observado y vigilado y de manera muy principal por la construcción modernista del cercano Depósito de Aguas, así como por el imponente edificio del Convento y Colegio de las Esclavas y del no muy lejano Complejo del Parque del Servicio de Bomberos en cuyos aledaños se encontraba el Colegio Público “Luís Vives” y frente a éste los campos de juego, huertos y jardines que rodeaban el edificio y demás instalaciones del Colegio y Noviciado de los Jesuitas.

Cómo antes señalo, en éste entorno y desde el escenario que era La Calle, todos los vecinos hombres y mujeres, chicos y grandes, ancianos y niños desarrollaban su papel, los hombres acudían a sus respectivos empleos y trabajos, predominando de manera extraordinaria el de ferroviario, bien maquinista, fogonero, guardafrenos, guardagujas o revisor, abundando igualmente el de carpintero y ebanista, también había algún albañil, camarero, fontanero, distribuidor de periódicos, tratante, policía o militar y funcionario. Las mujeres tenían la responsabilidad en absoluta exclusiva de llevar a cabo las entonces inacabables tareas del hogar, control exhaustivo de la prole y acudir por aquella época a las agotadoras colas que motivaba el racionamiento. Cuando no era tiempo de vacaciones y en la mayoría de los casos hasta la edad de los catorce años, momento en que iniciaba la vida laboral, los muchachos adquirían las respectivas enseñanzas, desplazándose según la edad escolar que tuvieran al Centro Escolar de Rufino Blanco en las inmediaciones de la Alamedilla los más pequeños, y la denominada Enseñanza Primaria se accedía a ella por parte de los demás en el ya citado Colegio Luís Vives, en el que tenían los Jesuitas en la calle Vergara al comienzo del Barrio de la Prosperidad, o en el Colegio de San Rafael existente en el Paseo del Rollo que lindaba con el Asilo del mismo nombre y un centro de atención infantil que todos conocíamos con el nombre de Hogar Cuna.

Como consecuencia de la desaparición de la Escuela Unitaria una vez finalizada la Guerra Civil, las niñas de aquella calle cómo las de las demás, asistían a Centros de Enseñanza específicos para ellas, siendo habitual que por su proximidad acudieran al cercano Colegio de las Esclavas, en el que se les proporcionaba una aceptable preparación académica, así como religiosa y de preparación en tareas de índole doméstico para desempeñar el papel que por su sexo estaban destinadas a desarrollar en un futuro, siendo obligado y necesario resaltar al llegar aquí, al margen de otros matices que se puedan hacer al respecto, la importancia de la labor tanto educativa cómo social que tuvo en las barriadas del entorno de mi calle, cómo pudieron ser la nuestra de Las Delicias, La Prosperidad y la del Rollo, la desempeñada tanto por Las Esclavas cómo por Los Jesuitas, aunque esto bien pudiera ser un tema para tratar en otra ocasión.

En aquella querida y recordada calle los mayores y de manera especial los ancianos eran por norma y sin excepción objeto del mayor de los respetos, unos por la autoridad que ostentaban y que nadie osaba discutir y los otros por la sabiduría de la que eran depositarios y qué de manera ruda y dura habían adquirido en sus dilatas vidas, siendo para los más jóvenes un verdadero deleite escuchar sus sabios consejos, así como sus increíbles vivencias y las diferentes interpretaciones que hacían de las formas de vida que iban observando al final de sus días.

Aquel mundo que era la Calle Chile y que he tratado de describir desde el aspecto humano y dibujando superficialmente el decorado del escenario en el que transcurría el día a día, tenía también sus olores, sus sonidos y no carecía de distintos personajes que aunque no vivían allí lo frecuentaban casi a diario teniendo la mayoría de ellos por su participación en el desenvolvimiento de la vida diaria una relevante importancia y hasta cierto carisma, cómo podían ser el cartero, el sereno, el basurero, el lechero, el panadero y el mielero o el heladero en determinadas épocas del año, no faltando los vendedores ambulantes con ofertas de frutos o productos de la temporada, predominando el transporte en carretillos manuales o carros de tracción animal cómo era característico del vinatero o del carbonero. Con estos personajes existía una gran complicidad pues ellos respetaban a su clientela, sabían ser discretos y muchas veces eran portadores de noticias o sucesos de otras zonas o barrios de la ciudad, y la gente de la calle a su vez les mostraba deferencia y afecto, considerando la importancia que cada uno de ellos tenían para conseguir atender las necesidades de cada día, aprovechando para corresponder a sus distintos servicios en las Fiestas de final de año con un modesto aguinaldo en metálico cómo respuesta a las simpáticas tarjetas de felicitación que éstos con antelación amablemente entregaban en cada domicilio.

Los olores que muy bien podían identificar aquella añorada calle principalmente los originaban los humos de las vetustas locomotoras que muy cerca de allí circulaban bien cuando se encaminaban a la Estación de Ferrocarril o cuando salían de ésta, Igualmente los que desprendían las boñigas de los animales que arrastraban los carros de los distintos repartos o de recogida de basuras y desperdicios y los excrementos de gallos y gallinas que libremente entonces se dejaban a determinadas horas en la calle. Igualmente un olor muy característico era el del humo que emanaba de las chimeneas de cada casa cuyo origen lo producía el material de combustión que en cada una se utilizaba, que bien podía ser leña, carbón, cisco o el de las briquetas de exclusivo origen ferroviario, siendo asimismo frecuente el de los braseros cuando se sacaban a la calle para airear los tufos que tanto peligro encerraban.

Así cómo posiblemente el olor más agradable era el que provenía en determinadas épocas del año de las rosas, la lila o de la hierbabuena de los jardines de algún patio e incluso de los cercanos árboles del Paseo del Rollo cuyo fruto eran los pámpanos, tentación comestible y a la vez dañina para los más pequeños, el sonido más impactante en aquella calle era el que hacía el viento en días de fuerte temporal entre la enorme estructura del Depósito de Aguas, así cómo el frecuente silbido de las máquinas de los distintos convoyes ferroviarios y en los días estivales el que hacía el cuco ave que anidaba en los amplios jardines de las Esclavas, pero el que sin lugar a dudas predominaba durante todo el año era el de la chiquillería jugando en la calle espacio y cuarto de estar entonces para todos, el cual únicamente se abandonaba a requerimiento de la madre o de los hermanos mayores para comer, hacer los deberes de la escuela o por la llegada de la noche a excepción del verano que entonces tanto mayores y pequeños salían a tomar el fresco, unos a continuar jugando y otros a disfrutar de amenas y espontáneas tertulias compartiendo el agua de un fresco botijo.

No puedo acabar éste recordatorio de mi calle, en la cual todos nos conocíamos, sin consignar tanto el espíritu cómo el sentimiento que en ella predominaba, indudablemente en aquellos duros años el espíritu que prevalecía era el de supervivencia pero cómo al principio señalo con inigualable dignidad, que cada uno en función de sus posibilidades afrontaba en su casa cómo mejor creía o podía, ésta actitud no impedía que dentro de la entonces predominante escasez muchas cosas se compartieran según las oportunidades y distintas circunstancias que cada uno pudiera disfrutar o que en su defecto le pudieran afectar, y cuando la palabra solidaridad apenas era habitual utilizar, en mi calle el sentimiento que existía se mostraba con la existencia de una real y sincera sensibilidad para que sin emplear apenas palabras todos supieran cuando se compartía una alegría o una situación dolorosa contribuyendo cada uno en su medida a realzar la primera y a consolar o paliar la segunda.

No dudo que ésta retrospectiva que hago de mi calle, bien pudiera hacerla igual o muy similar cualquier vecino de mi querida y simpar Salamanca de la suya, pues el modo de vida aquellos años en las diferentes barriadas no era muy distinto y probablemente coincidiría conmigo concluyendo éste relato tomando como referencia y alterando con cierto atrevimiento la poesía con la que al principio comienzo del admirado José Mª Gabriel y Galán, diciendo “QUE ALEGRE ERA MI CALLE Y QUE SANAS SU GENTES Y CON QUE SOLIDEZ ESTABA UNIDA LA TRADICION DE LA HONRADEZ A ELLAS”.

miércoles, 29 de abril de 2009

Una edad, un tiempo, una ciudad,...Salamanca (y IV)

EPÍLOGO: EDAD ADULTA

Rafa después de un destacado periplo profesional en la empresa ferroviaria a la que pertenecía desde su juventud, aceptó, previa consulta con su mujer, una guapa aragonesa que había conocido cuando estuvo destinado en Zaragoza, la prejubilación que le habían propuesto, y de común acuerdo, la pareja decidió trasladar su residencia que entonces tenían en una población cercana a Madrid, a Salamanca, ciudad constantemente añorada por Rafa, y que no hacía mucho había estado de permanente actualidad de una manera muy especial, por haber sido designada Capital Europea de la Cultura. En ella, aunque su padre ya hacía años que había fallecido, aun tenía a su madre, que a pesar de la edad, todavía se conservaba bastante bien conviviendo con su hermana Aurorita, que estaba soltera, pues Nines se había casado y, por circunstancias laborales de su marido, residía ya hace años en Barcelona, mientras que Angelito, después de dedicar unos años a la carrera sacerdotal, había abandonado los hábitos y ejercía de profesor de Filosofía en un Instituto de Zamora, dónde se había casado ya algo mayor, con una profesora de Lengua, teniendo su domicilio en la ciudad del Duero.





Apenas instalado el matrimonio en la ciudad, una mañana desayunando, le dijo Rafa a su mujer: –Hoy sin falta voy a quedar con Mati – del cual siempre le estaba hablando –pues aunque no hemos dejado de estar en contacto por uno u otro motivo, ahora no es lo mismo; que los dos tenemos todo el tiempo para nosotros. Ya sabes que él lleva jubilado unos años por aquel acuerdo con la empresa telefónica en la que trabajó desde que cumplió el servicio militar en Ingenieros, que, por cierto, creo que es lo único en lo que este hombre tuvo suerte – Pues Rafa de sobra sabía que Mati, después de haber sufrido la prematura muerte de su madre y los penosos años que tuvo que convivir con su padre, con la desagradable deriva que éste tomó cuando ella faltó, tuvo que responsabilizarse de la casa, ya que su hermano Juli, una vez casado, se preocupó solamente de su nuevo hogar, y el pequeño Santi, a su vez, de sus estudios, con los que al final consiguió un importante puesto en una Entidad Bancaria, que profesionalmente le había conducido a crear y establecer su familia en una población importante de la parte de Levante – Y fíjate, -le continuaba diciendo a su mujer-, lo que le habrá costado superar lo de Isa – pues ésta falleció al poco tiempo de jubilarse Mati, cuando los dos tenían por delante un sinfín de proyectos para disfrutar, ya que se habían casado nada más licenciarse Mati e ingresar éste en la Compañía de Teléfonos, habiendo tenido en su matrimonio por unas causas u otras más sinsabores que satisfacciones.

De esta forma, aquella mañana de un apacible otoño, muy característico de la capital charra, Mati y Rafa se encontraron en una de las cafeterías existentes en el Paseo de Carmelitas, un espacio de la ciudad que a los dos, desde chavales, siempre les había gustado. Después de darse un fuerte abrazo y pedir sendos cafés, se sentaron a departir sobre los últimos acontecimientos de sus respectivas vidas. Mientras hablaban, Rafa no apartaba la vista de una especie de estuche de cartón de tamaño mediano que Mati había depositado encima de la mesita que ambos compartían, y éste, que a pesar de los años no había perdido su dotes de hombre observador, le dijo a su amigo: -Cómo veo que llevas un rato pensando cual puede ser el contenido de esta caja ábrela tu mismo y luego me dices que opinas de su contenido –Rafa procedió de manera inmediata a cumplimentar la invitación de su amigo.



La sorpresa y la emoción que le produjo a Rafa lo que aquel estuche contenía, fue tan profunda que no pudo evitar que los ojos se le humedecieran y contener alguna lágrima, pues tenía ante él un libro titulado “LA CIUDAD QUE VI” del fotógrafo salmantino Guzmán Gombau, que recogía un amplísimo compendio de atractivas imágenes y fotografías, que con anterioridad y de manera sucesiva desde hace algunos años había venido publicando y aun lo continuaba haciendo un periódico semanal gratuito de Salamanca llamado DGRATIS, en las que aparecían diferentes y característicos lugares de la capital charra tal cómo eran durante la niñez, adolescencia y juventud de aquellos amigos. Contemplándolas, los dos amigos, de manera emocionada, apreciaban y comentaban sin disimular la nostalgia que a ambos les invadía, las notables diferencias entre la ciudad que aquellas fotografías representaban y la que ellos ahora contemplaban. Sabían ahora los dos, jubilados y con las cicatrices que de diferente índole la vida en ellos había dejado, que esta ciudad, a pesar de los asombrosos cambios experimentados, seguiría siendo la que siempre habían querido, como inigualable escenario de sus vidas, y en la que ahora se proponían disfrutar todos los años que el destino les tuviera reservados en su nueva situación, renovando e intensificando cada día su inquebrantable amistad.

Mati se despidió de Rafa después de haber estado un largo rato examinando y elogiando una y otra vez aquella fantástica y emotiva publicación. Rafa, según veía a Mati alejarse, se preguntaba qué podría hacer él en lo sucesivo, para conseguir que de su amigo desapareciera aquella tristeza y melancolía que en él se había instalado. Y reflexionando sobre ello se dirigió a casa portando aquella obra y para él ahora entrañable documento, cuya existencia el desconocía, y que Mati con el cariño y la naturalidad de la que siempre con él había hecho gala, le había regalado como mejor testimonio de todo lo que a los dos amigos les unía.

Mientras caminaba, Rafa pensaba, a propósito de aquellas fotografías que tanto le habían sorprendido: -Verdaderamente estas imágenes representan de forma magnifica, los lugares más entrañables y profundos donde han ido quedando las huellas de nuestras vidas, con sus emociones, ilusiones y también decepciones- y asociando éste pensamiento a una obra de reciente lectura del autor Mario Benedetti, continuaba en su meditación: -Ahora si que Mati y yo, podemos coincidir con éste escritor uruguayo ubicándonos en este extraordinario álbum fotográfico, cuando él dice, “DE TODOS LOS TIEMPOS, LOS VIEJOS Y LOS NUEVOS, QUEDAN LAS VIRUTAS DE LA VIDA” , pues muchas de las nuestras se hayan esparcidas en lugares y rincones de nuestra querida Salamanca, cómo los que aparecen en este sorprendente libro.

miércoles, 8 de abril de 2009

Una edad, un tiempo, una ciudad,...Salamanca (III)

JUVENTUD
Mati tuvo que abordar el comienzo de esta etapa con un acontecimiento especialmente dramático, pues su madre después del doloroso y prolongado proceso de su enfermedad, derivado del agravamiento de su siempre precario estado de salud, había muerto al comienzo de aquella prometedora primavera, que vino precedida de un duro invierno para toda la familia, con constantes y sobresaltadas idas y venidas al Hospital Provincial, dónde, con más cariño que medios, habían tratado de superar el deficiente estado de salud de la pobre mujer, Durante este periodo, Mati estuvo especialmente comprometido con la situación familiar, pues a pesar de que se hallaba trabajando de chico de los recados en una tienda de ultramarinos existente en el barrio, le permitían ausentarse cuando le era necesario. Esta disponibilidad no la tenían su padre y su hermano Juli, ya que estos tenían trabajos en los que las exigencias eran más rigurosas. El pequeño Santi todavía asistía a escuela, aunque también colaboraba a su manera sin desatender los estudios en los que, por cierto, comenzaba a sobresalir.

Rafa, por el contrario, afrontaba la juventud sin ningún lastre que pudiera compararse con el que vivía su amigo Mati. Se encontraba desde hace algún tiempo trabajando en un taller de carpintería que se hallaba en el Alto del Rollo, y a la vez se preparaba para optar en su día al ingreso, cómo hijo de ferroviario, en el Cuartelillo de Ferrocarriles, y por éste medio conseguir su futuro profesional en la misma actividad que su padre, pues desde siempre le había fascinado el ambiente ferroviario. Mientras, su familia se encontraba un tanto preocupada, ya que su hermano Angelito estaba decidido a ingresar en el Seminario de Calatrava, y ninguno acertaba con el argumento adecuado que le hiciera desistir, pues el chico se hallaba muy influenciado por un cura que todos los jueves iba a dar una charla de religión a su escuela. Esta decisión del muchacho había traído consigo una situación de desasosiego a los padres a la que no eran ajenos el resto de la familia, incluidas sus dos hermanas pequeñas Nines y Aurorita.

Aquella mañana Rafa al levantarse se dijo: -Hoy sin falta tengo que ver a Mati para saber algo de él, pues desde que murió su madre a penas le he visto y tenemos que quedar-, y sin más se propuso que al salir del taller a mediodía lo iría a buscar a la tienda dónde trabajaba. De esta forma al final pudo quedar con él para el día siguiente, que precisamente era el Domingo de Ramos con el que daba comienzo la ya entonces importante Semana Santa de Salamanca.

Mati le confiaba a su amigo Rafa: –Lo estoy pasando muy mal, pues nunca pensé que a pesar del delicado estado de salud de mi madre, ella pudiera desaparecer, e incluso fíjate que para lograr su recuperación, cuando salía de la clase de dibujo me asomaba a la Capilla del Cristo de los Milagros para hacerle constantes promesas encaminadas a que pusiera buena a mi madre, pero ni así ha sido posible. Además ahora mi padre apenas se ocupa de nosotros ni de nuestro porvenir Cuando acaba el servicio se queda por los bares de los Portales de San Antonio y no nos enteramos ni de la hora a la que llega a casa, siendo Juli y yo los que nos ocupamos de las necesidades de la casa y de la educación y los estudios de Santi, que cómo sabes está destacando bastante- A todo esto Rafa prestaba atención mientras pensaba la forma de poder ayudar y animar a su amigo.


En la festividad del Jueves Santo, Rafa fue a buscar a Mati a su casa y después de ayudarle a terminar algunas tareas domésticas le convenció para salir a dar una vuelta, así que ambos se encaminaron a la Plaza Mayor, y después por la Calle la Rua hacia las catedrales, ya que allí era dónde por ésas fechas más gente se concentraba y, en espera de los desfiles procesionales, se establecía un agradable paseo, en el que era frecuente encontrarte con otros amigos y conocidos del barrio. De esta manera fue cómo coincidieron con las inseparables Isa y Paqui, las cuales se disponían a ver la procesión de ése día en la Calle de La Compañía. Después de interesarse por el estado de Mati, se dejaron acompañar por los dos amigos para presenciar aquel desfile procesional.

Mientras transcurría la procesión Isa le decía a Mati: –Tienes que distraerte y animarte un poco más sin dejar de ocuparte del trabajo y de las responsabilidades de tu casa, y tampoco tienes que olvidarte de tu porvenir, pues por lo que me dices lo de la tienda de ultramarinos no te entusiasma demasiado- Rafa escuchaba la conversación mientras pasaban delante aquellos cofrades con su espléndido hábito y zapatos extraordinariamente brillantes y pensaba: -Esta Isa es una chica estupenda y de qué manera está sabiendo llegar a Mati, mientras que Paqui no dice nada, no sé si por prudencia o porque tal vez no se le ocurre nada, y pensar que yo hasta ahora creía que ella era la más lista de las dos amigas- y continuó escuchando cómo Isa seguía animando y, a su manera, también aleccionando a Mati, diciéndole:–Ya sabes que yo antes de concluir la etapa escolar comencé de aprendiza en un taller de modista, pero por mediación de un vecino, he encontrado un trabajo mucho mejor retribuido en una fábrica de chocolate que hay cerca de la Casa de la Madre, pasando La Alamedilla ,y por la tarde a última hora voy a un curso de corte y confección que de forma gratuita imparten en un colegio de monjas cerca del Paseo de Canalejas, así que no te quedes lamentándote y procura afrontar las dificultades y buscarte el mejor porvenir cómo hacemos todos- Mati asentía a todo lo que le decía Isa, y para sus adentros se sentía especialmente reconfortado, por éste tiempo y estas palabras que le llegaban de esta muchacha, que nunca le había parecido asequible, y que, ahora, se manifestaba extraordinariamente cercana así como sinceramente preocupada por el momento que Mati estaba viviendo.

Aquella primavera y después de transcurrida la Semana Santa, tanto Rafa cómo Mati no entendían un día de fiesta sin ser compartido por ambos, y a la vez tratar ahora de coincidir bien en el paseo de la Calle Toro, La Plaza ó por La Alamedilla, con Isa y Paqui, las cuales, aunque de forma un tanto esporádica, habían comenzado a aceptar la compañía de éstos muchachos; si bien la afinidad de Isa con Mati era perceptible para todos, mientras que Paqui y Rafa no alcanzaban idéntica sintonía. Pero no por ello los cuatro dejaban de sentirse a gusto cuando coincidían, pues Rafa desde un principio había aceptado la preferencia de Isa por su amigo.

Cuando el día de San Juan de Sahagún, Mati y Rafa regresaban de la verbena a la que habían asistido en la Plaza Mayor, el primero le dijo a su amigo: – El uno de julio voy a comenzar a trabajar en una fábrica que está cerca de la cárcel más allá de los lavaderos que hay en el Barrio de la Fontana, pues un señor que hay allí de encargado y que es del pueblo de mi abuelo y algo pariente de él, me ha recomendado sabiendo de mis conocimientos de dibujo, aunque tendré que ir con disposición de hacer de todo – y continuó : – Mi abuelo me ha dicho que se ha comprometido mucho con su pariente por mí, así que debo procurar cumplir lo mejor que pueda con todo lo que allí me manden – Rafa a su vez informaba a su amigo: –Creo que en Septiembre ó cómo muy tarde en Octubre, tendré que enfrentarme, según me ha dicho mi padre, al examen de ingreso en el Cuartelillo de Ferrocarriles, así que, si todo resulta bien, dejaré el taller de carpintería y comenzaré la vida de ferroviario que siempre he deseado.– De esta manera, recíproca e ilusionada, los dos amigos se hacían estas confidencias que tanto habrían de repercutir en el futuro de sus vidas.

Con estas perspectivas de su inmediato futuro, los dos amigos afrontaban aquel verano que, probablemente, fuera el último que, de forma tan intensa, compartieran. Asistían siempre que les era posible a las fiestas y verbenas que entonces se celebraban en los distintos barrios, comenzando por la de El Arrabal a la que la seguía la del cercano pueblo de Tejares, con la Romería de la Virgen de la Salud, y continuaba con la de la Prosperidad, concluyendo con la de los Pizarrales. También en aquella época tenían especial relevancia festiva, las meriendas que en La Aldehuela y otros lugares cercanos se celebraban, en la festividad del 18 de Julio y el día de Santiago, pues estos días, cómo tantos otros, para los habitantes de aquella entrañable ciudad, cada calle, rincón o paseo de la misma, eran una prolongación de sus humildes hogares, por lo que, cualquier hecho o celebración que en estos lugares aconteciera, era ocasión que se aprovechaba para coincidir con otras familias, amigos y conocidos de otros barrios, e incluso para establecer nuevas amistades de distinta índole, las cuales en muchas ocasiones acababan en una relación que podía conducir a un destino y futuro compartido.

Una de las últimas noches de ése verano, cuando regresaban del río, dónde a ultima hora habían ido a darse un baño a la zona que todos conocían por El Cabildo, y se encaminaban a sus casas por el Puente Pradillo, Rafa le dijo a Mati: – Nos vamos a cambiar pronto de casa pues a mi padre le han concedido una vivienda nueva de las que la Renfe está acabando en la Avenida del General Mola, así que mi madre no cabe en sí de alegría, pues donde ahora vivimos estamos muy escasos de espacio, y Nines y Aurorita ya se están haciendo mayores, igual que Angelito, aunque éste al final en Octubre se va de seminarista a Calatrava – Mientras Mati escuchaba lo que le iba comunicando su amigo, pensaba en lo que podía representar el alejamiento de sus respectivos domicilios y se decía para si mismo: -Cómo no pueda frecuentar de la misma forma que hasta ahora a Rafa ni tampoco a Isa, no sé a quien voy a recurrir para charlar y desahogarme, porque en casa mi padre sigue sin querer saber nada, Juli con el trabajo y preparando su boda, pues quiere casarse para la próxima primavera, tampoco está para muchas conversaciones al igual que Santi, que una vez que ha aprobado el Ingreso para iniciar el Bachillerato, no piensa más que en estudiar.- Por aquella época, con Isa tampoco podía estar todo el tiempo que él querría, ya que aparte del trabajo en la fábrica de chocolate, y el curso de corte y confección al que seguía asistiendo, tenía que atender a sus abuelos maternos, que vivían en el Barrio del Matadero, al otro lado del río, muy distante de su domicilio, pues ella vivía en la Plaza de San Cristóbal, cerca de un Cine muy modesto pero económico que todos conocían con el nombre de San José, por estar dirigido por un sacerdote que regía un Colegio con el mismo nombre en las inmediaciones.

Entonces Rafa, adivinando en el silencio de su amigo lo que éste estaba pensando, le dijo: –Oye Mati no creas que porque nuestras casas vayan a estar más distantes no vamos a continuar quedando y viéndonos, pues yo, mientras no ingrese en el Cuartelillo, según regreso del taller, te veo y, si no estás en casa, le dejo a Santi cualquier recado – De esta forma los dos amigos, mientras llegaban a sus respectivos hogares, dejaban establecida la manera que impidiera el distanciamiento de una relación que desde chiquillos mantenían, y a la que por nada del mundo renunciarían, pues eran muchos los buenos y malos momentos compartidos, así cómo los proyectos e ilusiones que les unían, y que ahora en una crítica situación de su prometedora juventud afrontaban con la valentía propia de esa incomparable edad.

viernes, 20 de marzo de 2009

Una edad, un tiempo, una ciudad...Salamanca (II)


ADOLESCENCIA



Cómo su hermano Juli ya llevaba dos años trabajando, al igual que su padre, en el ramo de la hostelería, Mati se veía obligado, ya en su último año de escuela, a colaborar cada vez más en las tareas del hogar, pues su madre cada día se hallaba con la salud más precaria, y el pequeño Santi necesitaba más tiempo para realizar los deberes escolares y asistir a la catequesis preparatoria de la primera comunión, siendo estos los motivos por los que no frecuentaba todo lo que el deseaba a su grupo de amigos especialmente a Rafa




Cuando una tarde, un tanto tormentosa, del mes de Septiembre Mati acompañaba a su madre al dispensario que los Jesuitas tenían en el Barrio de La Prosperidad, concretamente en la Calle Vergara, para que le pusieran una inyección, se encontró con Rafa y éste le propuso: – ¿Por qué no quedamos más tarde para ir a los Jardines de Las Salesas y después de ver allí la salida de los toros nos damos una vuelta por las Ferias? - Entonces Mati miró a su madre para ver por su semblante que le parecía, pero ésta, que a pesar de su deficiente estado de salud, nunca quería condicionar la vida de los suyos, le dijo: –Sabes que una vez que volvamos del dispensario ya no te voy a necesitar, pues si el nublado no va a más me iré con Santi y el abuelo -que había venido a pasar las Ferias-, a sentarnos en uno de los bancos del Paseo del Rollo cerca del Hogar Cuna- De esta forma los dos amigos pudieron concretar el programa de aquella tarde.

En aquella Salamanca, el mes de Septiembre, con la celebración de las Ferias y Fiestas, tenía para todos, grandes y pequeños, un atractivo muy especial, pues en aquellos días la actividad de los mayores disminuía y los más pequeños acudían a la escuela solo por las mañanas, siendo frecuentada la ciudad por gente de la provincia, la cual una vez recogida la cosecha de los diferentes productos, llegaba de sus pueblos en trenes especiales que hacían parada algunos de ellos en el apeadero de la Calle María Auxiliadora próximo al Cine Taramona ó en Coches de Línea cuyo final de trayecto lo tenían en el Garaje San Isidro, el Arroyo de Santo Domingo y en las inmediaciones del Mercado de San Juan, y disfrutaba visitando a familiares que no podían ver durante todo el año y, haciendo cada uno el exceso económico que estaba a su alcance, acudían a los espectáculos que aquellos días se ofrecían; bien a La Glorieta a presenciar el desenjaule o alguna corrida de toros, bien a ver a las denominadas Compañías de Revista, que actuaban en los distintos teatros el Gran Vía, el Liceo, el Bretón ó el Coliseo, acabando siempre la jornada en el lugar dónde se instalaban las Atracciones de Feria, unas veces en la Gran Vía ó el Paseo Carmelitas, otras en los alrededores de La Alamedilla, mas tarde en la Avenida de Portugal y en la Carretera de Ledesma y alguna vez en la prolongación de la Avenida de Federico Anaya.

Rafa y Mati, cómo los demás adolescentes, disfrutaban de aquel ambiente que siempre desencadenaban las Ferias y las Fiestas de su ciudad, pues para ellos entonces era mucho el tiempo que transcurría de un año para otro y el final de las mismas llegaba rápidamente trayendo siempre consigo la monotonía y la rutina. Pero aquel año bien por el grado de independencia que iban alcanzando o por el despertar de nuevas y desconocidas sensaciones, ambos muchachos participaban y disfrutaban con más ilusión. Por las mañanas algún día quedaban para ir al Edificio de la Cárcel Vieja, que se hallaba al final de la Cuesta Sancti Spiritus, para ver la salida de los Cabezudos, especialmente los conocidos como el Padre Lucas y la Lechera, después se acercaban a la Plaza Mayor a escuchar el concierto de la Banda Municipal y presenciar también el lanzamiento de cohetes y globos grotescos, e incluso un día acompañados por el abuelo de Mati, fueron al Mercado de Ganado, que en aquella época se establecía en las inmediaciones del Barrio del Arrabal, no faltando ningún día a las atracciones de la Feria, aunque solamente fuera para verlas, puesto que los recursos económicos y los vales gratuitos no duraban para todos los días.

En los diferentes barrios de la ciudad, aquellos días tenían lugar sesiones de cine al aire libre así cómo verbenas, por lo que tanto Mati cómo Rafa tenían que convencer a sus padres para que les dejaran asistir, permiso que conseguían pero condicionado a que llevaran a alguno de los hermanos pequeños. Rafa llevaba a Angelito y a Nines y Mati por su parte a Santi.

A los dos amigos les contrariaba bastante asistir a estas celebraciones acompañando y cuidando de parte de la prole familiar, puesto que les impedía estar con el resto de los amigos que componían la pandilla, y al mismo tiempo acercarse a alguna amistad del otro sexo que conocían del barrio y que, en alguna ocasión a uno o a otro les hacían algo de caso. Con éste motivo le dijo Rafa a su amigo: –Cómo mañana acaban las fiestas con los fuegos artificiales cerca de La Alamedilla y estos tienen algún peligro para los pequeños, si te parece vamos a convencer a nuestros padres para que nos dejen ir solos y de esta manera estamos con quien nos parezca- Mati, chaval bastante observador, adivinaba que lo que Rafa pretendía era que ésa noche los dos haciéndose los encontradizos, presenciar los fuegos artificiales con Isa, aprendiza de un taller de modista que había cerca de su casa y con Paqui, la amiga de ésta, a la que Mati conocía por haber tomado la primera comunión con ella años atrás. De esta forma, los dos muchachos proyectaron acabar aquel año las Ferias y Fiestas de la ciudad.

A Rafa no le fue difícil convencer a su madre, pues ésta ya había decidido que aquella noche iría a los fuegos con Angelito y las dos pequeñas y después se acercarían a la estación a recoger a su padre que aquel día estaba de servicio a Fuentes de Oñoro, pero para Mati resultó más complicado, ya que tenía que llevar los bocadillos de la cena a su padre y a su hermano Juli y su madre, cómo siempre, no se encontraba bien, pero al final el abuelo se comprometió a llevar a los fuegos a Santi y de esta manera liberó a Mati de la obligación de tener que llevarlo él.

De esta manera, los dos amigos, después de entregar los bocadillos al padre y al hermano de Mati se dispusieron a disfrutar de aquella noche para ellos especialmente mágica e ilusionante, dirigiéndose al entorno de la Plaza de España y La Alamedilla a presenciar los fuegos artificiales que clausuraban las Fiestas de aquel año. Primero trataron de localizar a su habitual pandilla de amigos y después, especialmente por parte de Rafa, a Isa y a Paqui, lo cual no resultaba fácil debido a la cantidad de gente que allí había congregada y mucho menos después del estallido del primer cohete y de toda la pirotecnia que vino a continuación. Rafa le decía a su amigo: –¿Tú ves alguno de los nuestros?- y Mati, de forma un tanto socarrona, le contestaba: –No veo a ninguno y tampoco a ninguna- Todo lo cual, unido a los gritos y a la algarabía desencadenada, tenía totalmente desconcertado a Rafa, que pensaba:–Con lo que me hubiera gustado asistir a estos fuegos al lado de Isa y ofrecerle mi protección ante estas explosiones y estruendos- pero el espectáculo continuó y el final del mismo fue para los dos chiquillos una ilusión ansiada, pero en cierto modo frustrada, pues ambos habían deseado compartirla, y de manera especial Rafa, con aquellas chiquillas también adolescentes que en alguna ocasión les habían prestado atención, pero tal vez no tanta cómo los dos muchachos habrían podido pensar.

Así transcurría la vida adolescente de estos muchachos, lo mismo que la de muchos otros en aquella para ellos acogedora ciudad de Salamanca, cuyos limites por un lado los establecía el entrañable Río Tormes con el típico Barrio del Arrabal, por otro el siempre atrayente Barrio de la Prosperidad cercano a la Aldehuela de los Guzmanes, lugar éste de esparcimiento en cualquiera época del año. El resto los límites se hallaban establecidos por la barriada extraordinariamente trabajadora de Los Pizarrales, por el Cementerio de la ciudad y el feudo de El Calvario, recinto éste último dónde los aficionados al fútbol disfrutaban los éxitos y sufrían los fracasos de la por todos querida Unión Deportiva Salamanca, y finalmente el extremo norte de la ciudad lo marcaba una extensión de terreno, en su mayoría todavía de uso agrícola, que comenzaba desde el Cuartel de Ingenieros y la Plaza de Toros hasta la Estación del Ferrocarril, por donde empezaba entonces a emerger el Barrio Garrido.

Rafa y Mati, aquel año afrontaban su último Curso de la Enseñanza Primaria. El primero asistía a una escuela existente contigua al Parque de Bomberos llamada Luís Vives, y Mati recibía sus enseñanzas en el Colegio de los Jesuitas muy próximo al de Rafa, siendo con frecuencia los diferentes centros educativos la causa de alguna discusión entre ellos. Rafa siempre le decía a Mati: –En mi escuela no tenemos patio para el recreo pero podemos estar en la calle y hacer lo que nos dé la gana, además no nos obligan a rezar el rosario y a confesarnos todos los sábados por la tarde y tampoco son tan puntuales cómo en el tuyo para empezar las clases- A todo esto, Mati no tardaba en replicar: –En mi escuela organizamos partidos y campeonatos de fútbol todo el año, tenemos salón de juegos y al finalizar el curso tenemos una fiesta dónde nos reparten diferentes diplomas, también hay un coro que va a cantar a distintos sitios y todos los domingos lo hace en misa de una en La Clerecía- Y con estas disputas los dos amigos pasaban el tiempo y defendían con orgullo y ardor a sus distintas escuelas.

En aquella época, como en tantos siglos ha sucedido, las familias azuzaban a los chavales que ya apuraban su último año en la escuela, para que, aparte de colaborar en casa en la cotidiana vida doméstica, adquirieran una mayor formación, utilizando los precarios medios que entonces podían tener a su alcance. Por ello, Mati había comenzado a asistir a clases de Dibujo Lineal, que entre otras materias se impartían en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, ubicada en el vetusto edificio de la Cárcel Vieja, donde también tenían su sede los Juzgados de la capital y el Cuerpo de Guardia de la Policía Municipal. Con éste motivo Mati le decía a Rafa: – Me he comprado todo el material para dibujar láminas y croquis y te diré que la enseñanza allí es distinta a la de la escuela; también va gente mayor y de otros barrios. Las dos horas que duran las clases se pasan rápido, además nos han dado un carnet con el cual los sábados podemos asistir allí mismo a una sesión de cine y dicen que, incluso, a final de curso nos llevarán de excursión en tren a Alba de Tormes- Rafa, que por su parte había iniciado un curso de mecanografía, que daba una señora algo mayor en su casa, en la Cuesta de la Raqueta casi enfrente de la trasera del antiguo Salón de Baile El Ideal, le comentaba a Mati: –Son unas clases muy entretenidas, pues tenemos una máquina de escribir para cada uno de los que vamos. Por cierto. sabrás que allí coincido con Paqui la amiga de Isa, y la profesora nos ha asegurado que al final, si superamos un examen, nos dará un Diploma-, además, continuó diciéndole: -Por mediación de mi tío Enrique, voy a ir los martes y los jueves a un taller que enseñan aeromodelismo, que está en un sitio que llaman El Estambul, en la Cuesta del Carmen enfrente del Cine Moderno, y que es algo de La Falange o del Frente de Juventudes y también todos los sábados proporcionan sesiones de cine e, incluso, como premio al final del curso, te facilitan la asistencia a un Campamento de Verano que está por la parte de la Sierra de Gredos– Con esta conversación los dos adolescentes intercambiaban los pormenores de sus respectivas vidas, ilusiones y proyectos. Todo ello tenía cómo escenario aquella capital charra pequeña pero acogedora, con rincones populares y monumentos incomparables que para cada uno de sus habitantes encerraban imborrables recuerdos y vivencias de distintos tiempos, matices y sentimientos.

Entre paseos, e idas y venidas de sus respectivas obligaciones, así se sucedía el día a día en la vida de Rafa y Mati, disfrutando de su adolescencia y compartiendo con sus familias unos días mejores y otros peores, pues las estrecheces eran muchas y las satisfacciones, aunque sencillas, se acababan casi antes de comenzar a saborearlas. Todo esto los muchachos lo superaban con la alegría y la ilusión que su adolescencia les iba deparando, sintiéndose ambos satisfechos, entre otras cosas, con disponer de algunas monedas que, de vez en cuando, les permitieran disputar un futbolín en Salones que al efecto había en Salamanca, uno en la Calle Prior, y otro que denominaban La Gimnástica, en la Calle Espoz y Mina, o dando un paseo por la Plaza, la Alamedilla o incluso por la Carretera de Madrid, según la época del año, tratando de coincidir, para acompañarlas un rato, con alguna amistad femenina; y si se trataba de Isa y Paqui, mucho mejor. Así, estos adolescentes, seguramente sin tener mucha conciencia de ello, se iban acercando a la decisiva etapa de la juventud.

viernes, 13 de marzo de 2009

DGratis se hace eco de este modesto blog




Los amigos del semanal gratuito DGratis se hacen eco de este blog en su edicion de hoy en el reportaje "La Charrosfera" dedicado al mundo de los bloggers en nuestra ciudad.

DesdelacalleChile quiere expresar su agradecimiento por la atención que se le dispensa. Podeis acceder a la edición digital de DGratis en el enlace que figura a la izquierda de esta página.



viernes, 16 de enero de 2009

Una edad, un tiempo, una ciudad...Salamanca (I)

NIÑEZ


Aquella tarde al inicio de un tórrido verano, Rafa había quedado con su inseparable amigo Mati, en que después de la hora de la siesta, obligación impuesta por sus madres, irían al jardín de la señora Felisa, y después al taller de carpintería del señor Rogelio, con el fin de conseguir en uno y otro sitio algún material o desperdicio, que les permitiera a los dos chiquillos aportar algo de combustible destinado a la hoguera de San Juan, que estaba próxima a celebrarse en distintos lugares de las diversas barriadas de Salamanca.

Rafa le dijo a Mati: –Vamos primero al jardín de la señora Felisa- que se encontraba cerca del terraplén de la vía del ferrocarril-, que cómo ella es prima segunda ó tercera de tu madre, malo ha de ser que no nos dé algún despojo de los ramajes del jardín, pues recuerdo que el año pasado hasta nos lo agradeció, y después vamos al taller del señor Rogelio, que es primo de mi tío Enrique, y le pedimos algunas virutas y serrín y si le cogemos de buen humor, a lo mejor, hasta nos da también algún recorte de madera.

Rafa y Mati organizaban estas expediciones con mucha ilusión y dedicación, pues comenzaban preparando los adornos de la Cruz de Mayo, continuaban, cómo ahora, con la hoguera de San Juan y acababan en Diciembre con la petición del aguinaldo, ocupando su tiempo antes en el mes de Septiembre y a veces en Abril, en la Feria de Botijeros, colaborando con los feriantes en la instalación de sus carruseles en los alrededores de La Alamedilla, lo que qué les proporcionaba unos preciados vales, que les permitían disfrutar de las distintas atracciones de forma gratuita.

El padre de Rafa, que era ferroviario, desempeñaba el cargo de guardafrenos y su madre, aparte de atender a la casa, cogía puntos a las medias, contando el matrimonio con tres hijos más, menores que Rafa: Angelito, Nines y Aurorita. Todos ellos ocupaban una modesta vivienda de planta baja que compartían con otra familia, unos utilizaban la parte derecha y otros la izquierda, ya que estaba dividida por un largo pasillo que desembocaba en un patio de utilización común dónde se encontraba el retrete y la pila de lavar, igualmente de uso común y a su vez adornado por una parra que, la verdad, no era muy generosa en sus frutos considerando el trato y cuidados que todos le daban.

Mati, a su vez, era hijo de un camarero del Café Nacional, que se hallaba en la Plaza Mayor, y su madre cuidaba de la familia compuesta por dos hermanos de Mati: Juli, que era mayor que éste y Santi que iba después de él. La casa que ocupaban era similar a la de Rafa, pero no la compartían con nadie, ya que era propiedad del abuelo materno y a éste, que entonces vivía en un pueblo cercano, le pagaban la renta que tenían establecida.

Cómo se acercaba el día de la hoguera, Rafa y Mati fijaron un turno de guardia con el resto de la cuadrilla de amigos que organizaban la que se instalaba en una de las calles que confluían en la Avenida de Campoamor, no muy lejos del Bar El Parral, pues de sobra sabían que, debido a la competencia existente entre las distintas hogueras, al menor descuido unos y otros se distraían las existencias llamadas a ser devoradas por el fuego. Por ello Rafa le dijo a Mati: –Como mi padre está de servicio hoy en la línea de Plasencia-Empalme y no viene hasta muy tarde yo me quedo a vigilar hasta última hora y tú si te parece te estas según tenga el turno tú padre en el Café- De ésta forma los dos amigos establecieron su colaboración en la importante tarea de vigilar la hoguera.

Llegada la víspera de la festividad del Bautista y acercándose la mágica noches de San Juan, la vieja ciudad de Salamanca se transformaba por doquier en una ardiente tea llena de flameantes hogueras, al igual que de ruidosos cohetes y petardos, así cómo de sorprendentes bengalas. Lo mismo que al resto de la chiquillería, a Rafa y Mati la hora de la siesta, ese día se les hacía interminable, pues se hallaban ansiosos de disponer todo el material acumulado y darle una forma atractiva, que, en casi todas las hogueras culminaba en un sombrero y una escoba, aparte de que también permitiera una eficaz y aparatosa combustión que destacara sobre las demás.

Un problema que ese día siempre se suscitaba era la falta de recursos económicos para poder ir al kiosco del Demetrio y adquirir los petardos imprescindibles para disfrutar de la noche y de la hoguera. Rafa trataba de convencer a su madre diciéndole:–Durante todo el año te reparto las medias por las casas de las clientas, traigo a Nines y Aurorita de la escuela y también ayudo a Angelito a hacer los deberes, Dame por lo menos para comprar seis petardos y dos bengalas –La madre, que no era muy partidaria de éstos explosivos, demoraba su decisión:–Prefiero que lo que sea se lo pidas a tú padre y que él decida lo que estime conveniente-. Pero de sobra sabía Rafa que en lo que se refería a la economía doméstica, que en éste caso, en definitiva, era de lo que se trataba, su madre llevaba la voz cantante, por lo que insistió:–Cuando venga mi padre ya será tarde pues de sobra sabes que cuando acaba el servicio se entretiene con los amigos en la cantina de la estación y ,además, la decisión todas las veces te la endilga a ti- De ésta forma, Rafa consiguió al final, aunque de forma parcial, que su madre atendiera su petición.

Mati, en el aspecto monetario, lo tenía algo más fácil, pues recurría a su padre aprovechando que él era el encargado en casa de llevarle al café el avituallamiento cuando las horas de servicio se alargaban, bien por Semana Santa, Ferias u otras celebraciones, al igual que también se ocupaba de ir a buscarle el tabaco al estanco dónde tenía domiciliada la cartilla del racionamiento y la “Hoja del Lunes” que entonces se publicaba con abundante información deportiva, a la que su padre era muy aficionado y que también había contagiado a Mati, consiguiendo que su padre atendiera sus requerimientos pecuniarios. Para ello utilizaba el recurso de las propinas y alguna gabela que por su profesión, de vez en cuando, le caía, pero antes le hizo la siguiente advertencia: –Adminístralo bien y sobre todo ten cuidado cuando utilices los petardos o lo que compres, pues ya sabes que casi todos los años hay accidentes por imprudencias y solo nos faltaría que ocurriera algo , viendo cómo anda tu madre- Ésta siempre estaba enferma y cualquier alteración que pudiera haber le inquietaba y agravaba su precario estado, ya de por sí endeble por naturaleza.

Llegada la anhelada noche, con la hoguera dispuesta y con el acopio de petardos y demás cohetería, el suspense se centraba en cuál de las hogueras del entorno era la última en prenderse, pues ésta era una de las cosas de las que al día siguiente se alardeaba, al igual que cuál de todas había dejado más tarde de arder y durado más su rescoldo, motivo por el cual, a pesar de la presión de sus progenitores, la chiquillería insistía en retrasar el encendido, hasta que por fin un padre, chisquero en mano, prendía fuego y después de un intenso humo se iniciaban las llamas. En las distintas formas que estas llamas adoptaban, mayores y pequeños veían de manera diferente no carente de un cierto grado de fantasía, rasgos y trazos que bien podían representar las diversas ilusiones y frustraciones que cada uno vivía día a día. La ilusión de unos chavales, perseverando en una costumbre o rito ancestral, permitía a todos unidos por el fuego, el ruido de los petardos y la consiguiente algarabía, reflexionar al contemplar cómo la hoguera se iba consumiendo, sobre la levedad de la vida y en cómo las llamas que el fuego propiciaba, también representaban para cada uno, las aspiraciones más modestas al igual que las que parecían más inalcanzables. El fuego tenía de este modo, para sus respectivas vidas un efecto placebo al que necesariamente había que acceder todas las noches de San Juan, para hacer acopio de fuerzas para un año más y a la vez concebir nuevos proyectos e ilusiones que probablemente habrían de repetirse al año siguiente.

Al día siguiente, Rafa y Mati, sentados a la sombra de uno de las árboles que rodeaban el Asilo de San Rafael en el Paseo del Rollo, cercano a sus hogares, recordaban la noche pasada y hacían proyectos para el resto del verano, Mati decía: –Yo me iré unos días con mi madre y mi hermano Santi al pueblo del abuelo, haber si cambiando de aires mi madre mejora como le ha dicho el médico, pero estaré aquí antes de San Lorenzo que es la fiesta y la verbena de los bomberos en Campoamor; y mi hermano Juli se quedará aquí con mi padre, pues le ha dicho que es fácil que pronto le avisen para entrar de botones en el Gran Hotel, ya que Juli cumple catorce años el día de Santiago y acaba la Escuela -.

Rafa, por su parte, le comentaba a su amigo Mati –Yo no tengo tu suerte pues no tengo parientes en ningún pueblo, así que me quedaré aquí todo el verano haciéndole los recados a mi madre y cuidando de mis hermanos, me iré a los Jesuitas a jugar, y algún día cómo puede ser la Fiesta de San Ignacio, es posible que me vaya con ellos y con los que por allí andamos de excursión a la arboleda de Cabrerizos ó tal vez a La Flecha, ya sabes por otros años que llevan una buena merienda y aunque vamos y venimos andando lo pasamos muy bien, y por las noches saldré con mi madre y mis hermanos a tomar el fresco, también algún día iremos a la estación a buscar a mi padre, así le ayudamos a traer el farol y el resto del equipo y yo aprovecho para ver la salida y llegada de los trenes, sobretodo ése que a mi me gusta que es el expreso que va de Lisboa a Hendaya y que tiene coches-cama – Pero a Rafa, en el fondo lo que más le gustaba del verano, eran aquellas noches que con su madre y sus hermanos y a veces con su padre iban a la Alamedilla, a escuchar el concierto que en el templete daba la Banda Municipal, dirigida por un hombre muy alto y muy serio, que, con su mirada, incluso intimidaba a la chiquillería que constantemente hacía ruidos gritando cuando pedían a sus padres helados o barquillos.

De ésta forma, estos niños que muy bien podían representar a la mayoría de los que habitaban aquella vetusta ciudad de Salamanca, pertenecientes a una generación nacida en los años inmediatos a la conclusión de la dramática contienda civil, que había sufrido España, encaraban cada día, aproximándose al final de la niñez y al comienzo de la siempre complicada adolescencia.