viernes, 16 de enero de 2009

Una edad, un tiempo, una ciudad...Salamanca (I)

NIÑEZ


Aquella tarde al inicio de un tórrido verano, Rafa había quedado con su inseparable amigo Mati, en que después de la hora de la siesta, obligación impuesta por sus madres, irían al jardín de la señora Felisa, y después al taller de carpintería del señor Rogelio, con el fin de conseguir en uno y otro sitio algún material o desperdicio, que les permitiera a los dos chiquillos aportar algo de combustible destinado a la hoguera de San Juan, que estaba próxima a celebrarse en distintos lugares de las diversas barriadas de Salamanca.

Rafa le dijo a Mati: –Vamos primero al jardín de la señora Felisa- que se encontraba cerca del terraplén de la vía del ferrocarril-, que cómo ella es prima segunda ó tercera de tu madre, malo ha de ser que no nos dé algún despojo de los ramajes del jardín, pues recuerdo que el año pasado hasta nos lo agradeció, y después vamos al taller del señor Rogelio, que es primo de mi tío Enrique, y le pedimos algunas virutas y serrín y si le cogemos de buen humor, a lo mejor, hasta nos da también algún recorte de madera.

Rafa y Mati organizaban estas expediciones con mucha ilusión y dedicación, pues comenzaban preparando los adornos de la Cruz de Mayo, continuaban, cómo ahora, con la hoguera de San Juan y acababan en Diciembre con la petición del aguinaldo, ocupando su tiempo antes en el mes de Septiembre y a veces en Abril, en la Feria de Botijeros, colaborando con los feriantes en la instalación de sus carruseles en los alrededores de La Alamedilla, lo que qué les proporcionaba unos preciados vales, que les permitían disfrutar de las distintas atracciones de forma gratuita.

El padre de Rafa, que era ferroviario, desempeñaba el cargo de guardafrenos y su madre, aparte de atender a la casa, cogía puntos a las medias, contando el matrimonio con tres hijos más, menores que Rafa: Angelito, Nines y Aurorita. Todos ellos ocupaban una modesta vivienda de planta baja que compartían con otra familia, unos utilizaban la parte derecha y otros la izquierda, ya que estaba dividida por un largo pasillo que desembocaba en un patio de utilización común dónde se encontraba el retrete y la pila de lavar, igualmente de uso común y a su vez adornado por una parra que, la verdad, no era muy generosa en sus frutos considerando el trato y cuidados que todos le daban.

Mati, a su vez, era hijo de un camarero del Café Nacional, que se hallaba en la Plaza Mayor, y su madre cuidaba de la familia compuesta por dos hermanos de Mati: Juli, que era mayor que éste y Santi que iba después de él. La casa que ocupaban era similar a la de Rafa, pero no la compartían con nadie, ya que era propiedad del abuelo materno y a éste, que entonces vivía en un pueblo cercano, le pagaban la renta que tenían establecida.

Cómo se acercaba el día de la hoguera, Rafa y Mati fijaron un turno de guardia con el resto de la cuadrilla de amigos que organizaban la que se instalaba en una de las calles que confluían en la Avenida de Campoamor, no muy lejos del Bar El Parral, pues de sobra sabían que, debido a la competencia existente entre las distintas hogueras, al menor descuido unos y otros se distraían las existencias llamadas a ser devoradas por el fuego. Por ello Rafa le dijo a Mati: –Como mi padre está de servicio hoy en la línea de Plasencia-Empalme y no viene hasta muy tarde yo me quedo a vigilar hasta última hora y tú si te parece te estas según tenga el turno tú padre en el Café- De ésta forma los dos amigos establecieron su colaboración en la importante tarea de vigilar la hoguera.

Llegada la víspera de la festividad del Bautista y acercándose la mágica noches de San Juan, la vieja ciudad de Salamanca se transformaba por doquier en una ardiente tea llena de flameantes hogueras, al igual que de ruidosos cohetes y petardos, así cómo de sorprendentes bengalas. Lo mismo que al resto de la chiquillería, a Rafa y Mati la hora de la siesta, ese día se les hacía interminable, pues se hallaban ansiosos de disponer todo el material acumulado y darle una forma atractiva, que, en casi todas las hogueras culminaba en un sombrero y una escoba, aparte de que también permitiera una eficaz y aparatosa combustión que destacara sobre las demás.

Un problema que ese día siempre se suscitaba era la falta de recursos económicos para poder ir al kiosco del Demetrio y adquirir los petardos imprescindibles para disfrutar de la noche y de la hoguera. Rafa trataba de convencer a su madre diciéndole:–Durante todo el año te reparto las medias por las casas de las clientas, traigo a Nines y Aurorita de la escuela y también ayudo a Angelito a hacer los deberes, Dame por lo menos para comprar seis petardos y dos bengalas –La madre, que no era muy partidaria de éstos explosivos, demoraba su decisión:–Prefiero que lo que sea se lo pidas a tú padre y que él decida lo que estime conveniente-. Pero de sobra sabía Rafa que en lo que se refería a la economía doméstica, que en éste caso, en definitiva, era de lo que se trataba, su madre llevaba la voz cantante, por lo que insistió:–Cuando venga mi padre ya será tarde pues de sobra sabes que cuando acaba el servicio se entretiene con los amigos en la cantina de la estación y ,además, la decisión todas las veces te la endilga a ti- De ésta forma, Rafa consiguió al final, aunque de forma parcial, que su madre atendiera su petición.

Mati, en el aspecto monetario, lo tenía algo más fácil, pues recurría a su padre aprovechando que él era el encargado en casa de llevarle al café el avituallamiento cuando las horas de servicio se alargaban, bien por Semana Santa, Ferias u otras celebraciones, al igual que también se ocupaba de ir a buscarle el tabaco al estanco dónde tenía domiciliada la cartilla del racionamiento y la “Hoja del Lunes” que entonces se publicaba con abundante información deportiva, a la que su padre era muy aficionado y que también había contagiado a Mati, consiguiendo que su padre atendiera sus requerimientos pecuniarios. Para ello utilizaba el recurso de las propinas y alguna gabela que por su profesión, de vez en cuando, le caía, pero antes le hizo la siguiente advertencia: –Adminístralo bien y sobre todo ten cuidado cuando utilices los petardos o lo que compres, pues ya sabes que casi todos los años hay accidentes por imprudencias y solo nos faltaría que ocurriera algo , viendo cómo anda tu madre- Ésta siempre estaba enferma y cualquier alteración que pudiera haber le inquietaba y agravaba su precario estado, ya de por sí endeble por naturaleza.

Llegada la anhelada noche, con la hoguera dispuesta y con el acopio de petardos y demás cohetería, el suspense se centraba en cuál de las hogueras del entorno era la última en prenderse, pues ésta era una de las cosas de las que al día siguiente se alardeaba, al igual que cuál de todas había dejado más tarde de arder y durado más su rescoldo, motivo por el cual, a pesar de la presión de sus progenitores, la chiquillería insistía en retrasar el encendido, hasta que por fin un padre, chisquero en mano, prendía fuego y después de un intenso humo se iniciaban las llamas. En las distintas formas que estas llamas adoptaban, mayores y pequeños veían de manera diferente no carente de un cierto grado de fantasía, rasgos y trazos que bien podían representar las diversas ilusiones y frustraciones que cada uno vivía día a día. La ilusión de unos chavales, perseverando en una costumbre o rito ancestral, permitía a todos unidos por el fuego, el ruido de los petardos y la consiguiente algarabía, reflexionar al contemplar cómo la hoguera se iba consumiendo, sobre la levedad de la vida y en cómo las llamas que el fuego propiciaba, también representaban para cada uno, las aspiraciones más modestas al igual que las que parecían más inalcanzables. El fuego tenía de este modo, para sus respectivas vidas un efecto placebo al que necesariamente había que acceder todas las noches de San Juan, para hacer acopio de fuerzas para un año más y a la vez concebir nuevos proyectos e ilusiones que probablemente habrían de repetirse al año siguiente.

Al día siguiente, Rafa y Mati, sentados a la sombra de uno de las árboles que rodeaban el Asilo de San Rafael en el Paseo del Rollo, cercano a sus hogares, recordaban la noche pasada y hacían proyectos para el resto del verano, Mati decía: –Yo me iré unos días con mi madre y mi hermano Santi al pueblo del abuelo, haber si cambiando de aires mi madre mejora como le ha dicho el médico, pero estaré aquí antes de San Lorenzo que es la fiesta y la verbena de los bomberos en Campoamor; y mi hermano Juli se quedará aquí con mi padre, pues le ha dicho que es fácil que pronto le avisen para entrar de botones en el Gran Hotel, ya que Juli cumple catorce años el día de Santiago y acaba la Escuela -.

Rafa, por su parte, le comentaba a su amigo Mati –Yo no tengo tu suerte pues no tengo parientes en ningún pueblo, así que me quedaré aquí todo el verano haciéndole los recados a mi madre y cuidando de mis hermanos, me iré a los Jesuitas a jugar, y algún día cómo puede ser la Fiesta de San Ignacio, es posible que me vaya con ellos y con los que por allí andamos de excursión a la arboleda de Cabrerizos ó tal vez a La Flecha, ya sabes por otros años que llevan una buena merienda y aunque vamos y venimos andando lo pasamos muy bien, y por las noches saldré con mi madre y mis hermanos a tomar el fresco, también algún día iremos a la estación a buscar a mi padre, así le ayudamos a traer el farol y el resto del equipo y yo aprovecho para ver la salida y llegada de los trenes, sobretodo ése que a mi me gusta que es el expreso que va de Lisboa a Hendaya y que tiene coches-cama – Pero a Rafa, en el fondo lo que más le gustaba del verano, eran aquellas noches que con su madre y sus hermanos y a veces con su padre iban a la Alamedilla, a escuchar el concierto que en el templete daba la Banda Municipal, dirigida por un hombre muy alto y muy serio, que, con su mirada, incluso intimidaba a la chiquillería que constantemente hacía ruidos gritando cuando pedían a sus padres helados o barquillos.

De ésta forma, estos niños que muy bien podían representar a la mayoría de los que habitaban aquella vetusta ciudad de Salamanca, pertenecientes a una generación nacida en los años inmediatos a la conclusión de la dramática contienda civil, que había sufrido España, encaraban cada día, aproximándose al final de la niñez y al comienzo de la siempre complicada adolescencia.

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