Este relato ha obtenido el segundo premio en el I Certamen de Relatos Cortos de Navidad convocado por el Ayuntamiento de Salamanca. Os lo facilitamos en versión blog, pdf y libro electrónico issuu.
Calixto, a pesar de que ya habían transcurrido algunos años desde su jubilación, tenía, desde su juventud, un gran interés, respecto a todo lo que concernía al mundo del trabajo, así como a lo que afectaba a la clase social en la que, aun ostentando la condición de pensionista, se consideraba plenamente integrado.
Por la ambigüedad del término, nunca le gustó que se denominara “clase media” al grupo social en el que se tendía a encuadrar a la mayoría de familias como la suya, pues a su manera, interpretaba que pertenecía a una clase abnegada y trabajadora que a base de un continuado esfuerzo había logrado un bienestar, que aun siendo modesto, hubiera sido impensable para sus progenitores.
Este hombre, aparte de sus cualidades profesionales, era honrado, cabal y trabajador. Aquella tarde, preludio de las inmediatas fiestas navideñas, atribulado, como desde hace tiempo venía siendo habitual, por las noticias que fluían del receptor de radio, se disponía a descabezar el sueñecito que seguía a la sobremesa. Acababa de compartir la comida además de con Amparo, su mujer, con su hija Carmina y la pequeña Sofía, su querida nieta.
Mientras que con los párpados ya cerrados, Calixto esperaba que Morfeo le acogiera en sus relajantes dominios, no pudo impedir oír como ya en la puerta se despedían de Amparo, su hija y su nieta. Entonces fue cuando escuchó la encomienda que, con su voz cantarina, la nieta de forma precisa le hacía a la abuela. Sofía, insistiendo de manera reiterada, le recordaba las características, y sobre todo, la marca del regalo que le había pedido para la inmediata Navidad. Por lo que él, con anterioridad, había podido captar, el regalo navideño de casa de los abuelos tenía que ser tal como el que, de forma detallada, ella y mamá, habían dejado apuntado en una nota que se hallaba adherida en la puerta del frigorífico.
Escuchada la pormenorizada advertencia de la nieta, Calixto, esgrimiendo una tibia sonrisa a la vez que un gesto negativo y diciéndose, - Me cachis, que tiempos, esto realmente es increíble-, acometió el empeño de enganchar la cabezadita de la siesta. Pero aquella tarde no le resultó sencillo, pues el motivo que había originado la reciente y breve reflexión, le transportó a recordar una Navidad de hacía tantos años que ya le resultaba complicado determinar cuántos.
Confortado y soñoliento, en su añoso pero cómodo sillón de mimbre, se comenzó a ver caminando, una mañana especialmente fría de Diciembre, hacia la vetusta escuela, con las orejas llenas de sabañones y con los pies, helados, calzando unas desgastadas botas que le hacían sentir la dureza del barro congelado, pues este era el precario firme que en aquella lejana época caracterizaba las calles de casi todas las barriadas de la periferia de la ciudad.