Nadie, en varios kilómetros a la redonda, sabría decir su nombre. Su peculiar aspecto e indumentaria, a cualquiera podría inquietarle. Aun así, por las gentes de aquellos inhóspitos e inaccesibles lugares, su periódica visita, a la que, no recordaban desde cuando, estaban acostumbrados, era esperada e incluso celebrada, cada cual por diferentes motivos. Con ancestral indiferencia consustancial a sus formas de vida, conocieron que fulminado por un rayo, en un monte cercano había muerto un hombre. Prolongándose en exceso la ausencia, de quien sin ser portador de nada valioso, con sencillez sabía atender las demandas más dispares, comprobarían que la víctima había sido el buhonero, no sorprendiéndoles su nombre, Salvador.
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