jueves, 31 de mayo de 2012

Vidalín.

Viñetas de Eneko.

Dejando atrás el páramo, y el polvo que levantaban sus desgastadas abarcas, Vidal, concluido su trabajo en la majada, comenzó a divisar, discurriendo por el abrupto sendero, la espadaña de la vetusta iglesia del pueblo. Más adelante, escuchó la dulzaina de Víctor, que tras la cancilla del corral ensayaba para la fiesta. Ambos, los últimos años por exigencias militares, habían estado ausentes, y ahora, a pesar de los obscuros presagios, confiaban disfrutarla. En aquellos pagos la dureza de la vida, desde el alumbramiento, era ancestral, pero él, comportándose con valentía, dignidad y honradez, había evidenciado que la resignación y la fatalidad, era necesario combatirlas. 

Avistando la placita circundada de modestas casas enjalbegadas de blanco, observó que algunos vecinos examinaban la proclama fijada en la solana, allí comprobó que aparecía su nombre parcialmente oculto por un importante sello. Su quinta era de nuevo requerida para servir, “Dios sabe a quién. . .”, pero él, no tuvo ocasión. Algunos, cobardemente, se anticiparon para saldar presuntos agravios. Ahora, Vidalín, honesto, y comprometido, no se resignaba como antaño hiciera su abuelo, a no pelear por hallar en aquel robledal sus restos, sería un diferido acto de justicia y de homenaje a un HOMBRE.

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